No. Me he fijado: mucha gente dice que
no. ¿Se han fijado ustedes que en Ibiza
muchos grupos, asociaciones o personas
parecen estar hartos ya del crecimiento?
No, no me ponga más taxis, no, no
quiero más lanchas motoras en el varadero,
no, yo tampoco quiero más bloques
de apartamentos delante de mi casa, no,
no haga usted aquí esta gasolinera, qué
va, no queremos una depuradora… ¿una
desalinizadora al lado de mis huertos?
No, llévesela de aquí, no, usted no puede
construir una urbanización aquí.
Esto es el colmo. Ibiza parece colmada
a fuerza de estar empachada, embuchada,
apretujada como un mazacote
amorfo.
No, no y no.
No es extraño. Porque se ha crecido
tanto y tan mal que ahora no hay quien
gestione los viejos problemas enquistados,
ni tampoco parece existir la mínima
posibilidad de que se genere alguna
idea original para salir del atolladero:
sólo mover las cosas de sitio, enredar y
trasladar.
El cogollo de los problemas lo veremos
a cámara lenta en esta misma etapa
de crisis. Deberíamos aprovechar
para hacer cambios.
Pero los ibicencos están colmados.
¿Se dice colmatados? Pues digámoslo.
Hace tiempo que me vengo fijando:
los ibicencos parece que van diciendo
que no.
Esto era impensable hasta hoy, porque
la isla ha estado regida por la especulación
y la locura. Todavía no estamos
curados, sólo que ahora tomamos
conciencia.
La sensación de saciedad y de hastío
no es fruto de una análisis racional, sino
por una elemental defensa de los privilegios
conseguidos a saber Dios sabe cómo.
En realidad no quieren limitar el crecimiento,
sino la competencia.
Así, los taxistas ya no quieren más taxis,
porque a ellos no les conviene. Los
hoteleros no quieren más hoteles porque
ellos ya no venden, cuando se han hinchado
de construir apartamentos. Los
amarristas de la isla no quieren que se
construyan más puertos deportivos porque
no se cabe en el cielo, en la tierra ni
en el mar. Incluso AENA no quiere más
chaletitos en la vía de acceso o en la huella
sonora. No, no y no.
A Mariano Digital