En las últimas semanas la publicación
de varios reportajes sumados a las crónicas
judiciales nos ponen los pelos mirando
a la luna.
No es cierto que todo ocurra según
lo cuentes, pero no hay duda de que esta
acumulación mental de desastres, nacidos
de las calurosas noches de verano,
causan un efecto demoledor.
A esto se suma la frustración y el desasosiego
cuando vas a recibir la atención
primaria y te encuentras con que
no hay.
O no hay suficiente personal (caso de
los psiquiatras, que han salido corriendo
como locos de la isla) o bien están
en huelga, muy justificable.
Cuesta tanto hacer algo en Ibiza, que
cuando te pones mejor ir a por todas.
Lo digo porque tengo la impresión de
que ya les da igual un aumento de sueldo
(que no, que va muy bien, es imprescindible)
sino que quieren irse, simplemente.
Antes de la huelga, mucho antes, ya
lo sabíamos: Ibiza es carísima. No se
puede vivir con un sueldo normal. Los
mismos ibicencos nos lo hemos organizado
para tener agua (bueno, si no te
revienta una gasolinera al lado y te contamina
el pozo), unas gallinas y cuatro
lechugas. Oro, eso ya vale oro.
Desde el año 2000 lo llevo ejercitando
mentalmente. Es fácil si tomas como
referencia un kilo de arroz, un bote de
descafeinado y un kilo de azúcar, por
ejemplo.
Puedes usar otros productos de temporada,
pero es fácil errar porque cuando
hay abundancia de un alimento, suele
bajar mucho de precio. En fin, que lo
comprobé en sitios como Vigo, Cuenca,
Barcelona, Valencia, Madrid, La Coruña,
Jaca y algunos más… mejor que
no les cuente los resultados.
El otro día nos enteramos de que
nuestros precios eran un 30% más altos
que los de ¡Palma de Mallorca! ¿Qué
diría Trillo en este caso?
Sinceramente, la culpa es una vez más
de esta casta de ineptos, de inútiles que
prefieren irse a Japón o a Campeche en
vez de trabajar resolviendo problemas
básicos.
Y me callo, que después dicen que tenemos
mala leche. ¿A este precio? No,
gracias, no quiero.