No pasa semana en que alguien no aporte su granito de tópico refiriéndose a la muerte del libro. Si el libro es el contenido y no el soporte (en papel, pergamino, tablillas o en CD) es evidente que no.
Nunca desaparecerá el tractatus y de hecho no hay otra forma de presentar el razonamiento, el pensamiento lineal.
No desaparecerá jamás, si no cambia la estructura mental del ser humano, su funesta manía de narrar, de contarse historias, porque contarse es vivirse.
¿El papel? Es evidente que sí. Espasmo agotando las reservas de pulpa de celulosa, pero no lo veremos nosotros. Ocurrirá como siempre, que coexistirán de forma continuada y acumulativa los distintos códigos, los diferentes soportes. Ahora bien, el criterio vencedor siempre es el de la funcionalidad, que incluye como factor primario el coste o el precio. En este sentido, si la humanidad no se suicida agotando las reservas energéticas, acabará por imponerse el libro electrónico.
En mis numerosos traslados he rezado entre dientes para que esto ocurra pronto, pero siempre que planto la chimenea en un sitio, comienzan a llegar, a salir, a crecer los libros. Al principio sólo hay las cinco a seis cajas que me acompañan como si fueran mi sistema óseo. De vez en cuando echo mano de mi Cervantes, de Quevedo –hay que leer mucho a Quevedo- o me sumerjo en García Lorca, en los textos de Pla o Dalí. Pero donde me pierdo durante largas horas es el mundo del arte, ahora ya con la ayuda eficiente e instantánea de Internet.
Así, desde un valle del Miño puedo visitar con todo lujo de detalles una exposición de Louise Bougeoise en París o recuperar las últimas tres muestras del Guggenheim en el planeta. De manera que mis catálogos y libros en papel cuché me sirven de coartada, los limpio y recupero algún paisaje subrayado. Los miro, los leo, los aprendo, los recuerdo.
¡Cuántos trabajos, cuántas fatigas sólo el simple hecho de conseguir estos catálogos en los 70 y en los 80! Pagarlos era duro, transportarlos era tarea de gimnastas, leerlos y entenderlos ya era cuestión de suerte y de arte.
Ya no dejo mi dirección a las editoriales. No puedo. Yo mismo no la sé. No es coquetería: es que muchas editoriales necesitan menciones y reseñas para su libros y van editando como máquinas de una forma excesiva y sin grandes exigencias.
Llega a ser irritante tener que retirar decenas de kilos semanalmente de títulos que casi causan vergüenza. De joven nunca lo hubiera hecho, pero con la edad, hay algo de perverso placer en el acto de deshacerse de algunos de estos libracos infames. Chimenea. Comprendo que Umbral los lanzara a la piscina para practicar la puntería.
Así que éste es otro privilegio de la edad. No estoy obligado a leerlo todo. Muchos títulos me aburren sólo de verles la portada. Se publica demasiado.
Muchos autores españoles no dan en toda su vida por escribir un buen libro, pero hay una decena de editoriales que sacan un título por año y te lo envían siempre recomendándote vivamente que leas esta obra definitiva, nacida en los mejores momentos de un autor ya consagrado.
Y blablabla…
Por lo tanto, uno se quita muchos kilos de encima. Se come menos y mejor, apenas pruebo alcohol porque no me dejo, fumar me aburre y leer casi sólo me recompensa cuando releo, compruebo un dato o estudio un tema.
Y te pasa el día volando.
Incapaz de hacer la lista.
De todas formas, algunas editoriales catalanas han salvado mi filtro un poco gruñón y más por amistad que por tiempo dedicado, sigo recibiendo los mejores frutos de su escudería. Lo envían a una imprenta de Valencia y allí nos distribuimos el botín entre tres o cuatro amigos que tenemos este vicio solitario.
¿Es cierto que una mente hecha y seria ya no lee novelas a los cuarenta años? Sí, lo es. Pero los que escribimos somos una excepción porque no las leemos sino que nos las comemos. Las descarnamos, para verles su arquitectura y las leemos al revés o de forma transversal. En realidad se supone que les estudias para ver si puedes copiar algo, que he visto que en Ibiza es un deporte muy al día.
Cuando tienes la idea de un libro no hay que copiar nada: se tarda demasiado. Es mucha más rápida la mente que la mano, aunque hay escritores que van haciendo carrera esquilmando hábilmente al colega y para cuando éste se ha dado cuenta ya se ha quedado sin pantalones ni dorsal. Desnudo no podrá competir.
Afortunadamente, en este desconcertante desorden de mis habitaciones reina un orden armónico. Casi puedo encontrar un libro en cuestión de minutos, sin necesitad de letras, números, códigos ni estantería. Es un sistema canino que nunca me falla.
De Anagrama aprecio sus ediciones de ensayo, muchas de las cuales son reediciones (‘Anatomía del amor’, Historia natural de la monogamia, el adulterio y el divorcio, de Helen E. Fisher) pero sin obviar un seguimiento de los autores de la casa, como puede ser el caso de ‘Las arquitecturas del deseo’ de José Antonio Marina, un investigación sobre los placeres del espíritu; ‘Los bárbaros’, de Alessandro Baricco, ensayo sobre la mutación; el inevitable Gilles Lipovetsky con ‘La felicidad paradójica’, ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo; ‘La fuerza de existir’, de Michel Onfray, un manifiesto hedonista; De Ryszard Kapuscinski, ‘Encuentro con el Otro’; Raoul Vaneigem publicó en 1977 el ‘Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones’; Giorgio Agamben publica una recopilación de textos filosóficos, ‘La potencia del pensamiento dividido’ en tres partes: lenguaje, historia y potencia; O bien, otros títulos como ‘Lugar común’ de Bruce Bégout; ‘Cien cartas a un desconocido’ de Roberto Calasso; ‘Una vida extra’ un libro de varios autores sobre los avances de la vejez y las posibilidades de los panteras grises. Me ha encantado.
Me resulta muy atractivo uno de los últimos títulos de Circe. La cineasta, actriz, diseñadora, productora, promotora Leni Riefensthal (1902-2003), escrita por Steven Bach, muy bien ilustrada, anotada y con una bibliografía que da autoridad y seguridad a un personaje esquivo. Y además con un índice onomástico.
Fue la directora de los épicos documentales sobre Hitler y sus desfiles filmados con una técnica deslumbrante y un concepto que fue novedoso y muy impactante en la época. Pero Leni es mucho más que la documentalista de Hitler: la última foto en que la vi, anciana y longeva, caminaba de la mano de un esbelto y altísimo massai casi desnudo en la sabana africana.
Otra imagen que se me quedó en la retina por lo original y fuera de lo común. Todo en Leni fue fuera de lo común. Esta biografía ayudará a conocer uno de los espíritus más talentosos, rebeldes y resistentes del siglo XX.
Tusquets mantiene su catálogo blindado, reeditando títulos o continuando con la edición de otros memorables.
‘Archipiélago Gulag, III’ del consistente Alexandr Solzhenitsyn es un pilar de los últimos meses. También lo es ‘Hoy, Júpiter’ del extremeño narrador Luís Landero, autor de aquella memorable novela ‘Juegos de la edad tardía’.
Hay otros títulos como Sauce ciego, mujer dormida de Haruki Murakami;
Tsugumi, de Banana Yoshimoto; ambos son autores japoneses muy valorados en la literatura actual. O bien ‘Balas de plata’, de Elmer Mendoza; ‘Ganas de hablar’ de Eduardo Mendicutti; ‘Profundidades’ de Henning Mankell, de quien he leído las mejores novelas de trama policíaca o de intriga en los últimos años.
Habrá muchos interesados en los últimos títulos de la colección Narrativas Hispánicas. En Anagrama he visto ‘Trilogía de la memoria’ de Sergio Pitol; ‘A quien corresponda’ de Martín Caparrós; ‘Pétalos’ de Guadalupe Nettel; ‘Los culpables’ de Juan Villoro; ‘Historia del llanto’ de Alan Pauls; ‘Los amantes de silicona’ de Javier Tomeo; ‘Malacara’ de Guillermo Fadanelli;
‘Crematorio’ de Rafael Chirbes; ‘Prisión perpetua’ de Ricardo Piglia y algunos otros.
Y para finalizar, los fanáticos de literatura inglesa, francesa, italiana actual.
Actualmente se edita mucho, casi demasiado, pero al menos se puede ir eligiendo entre aquellos autores, muchos de ellos ya habituales en el mercado español, que han sacado cosas en el último semestre.
Imposible ser exhaustivo, pero dejadme mencionar al menos ‘Novela familiar’ de John Manchester; ‘Caos calmo’ de Sandro Veronesi; ‘Secretos de alcoba de los grandes chefs’ de Irving Welsh; ‘El círculo cerrado’ de Jonathan Coe; ‘Acción de gracias’ de Richard Ford; ‘Pequeña isla’ de Andrea Levy; ‘Fiebre en las gradas’ de Nick Hornby o del mismo autor ‘Alta fidelidad’; ‘Tenemos que hablar de Kevin’ de Lionel Shriver; El regreso de Bernhard Schlink; ‘Mañana’ de Graham Swift; ‘Calor’ de Bill Buford; ‘El castillo en el bosque’ de Norman Mailer; ‘Chesil Beach’ de Ian McEwan o también del mismo autor ‘En las nubes’. Todavía habrá quien adquiera los ‘Viajes por el Scriptorium’ de Paul Auster; ‘La casa de los encuentros’ de Martin Amis; ‘Diario de Golondrina’ de Amelia Nothomb;
En realidad sólo hemos explorado una o dos columnas de mi almacén de estos libros maravillosos que nos van rodeando como si fuera una hiedra intelectual que llega caída del cielo para aligerarnos los malos ratos.
¿Comprenden que hay un orden oculto en el aparentemente inabarcable universo de los libros desconcertantes? Seguramente hay otras leyes ocultas que nos van sugiriendo, ayudando. Si no ¿a qué se deben las misteriosas afinidades electivas que tanto intrigaron a Goethe y a partir de él a Walter Benjamin?
En los últimos tiempos casi dejo que elijan las cigüeñas que rodean mis tejados. Ellas saben dónde sacar los mejores frutos, aunque estén envueltos en la hojarasca que nadie requiere. Pudiendo elegir, mejor ponerse en acción.
Publicado en Diario de Ibiza el día 23, San Jorge, abril 2008.