miércoles, marzo 26, 2008

Y ahora quisiera irme, dijo Hugo Claus


Cuando Hugo Claus dejó Ibiza sudaba absenta por sus poros. Bueno, dicho así parece muy exagerado, pero era una situación habitual en la época. Muchos años después, Hugo Claus contaba con la alegría del superviviente que en Ibiza había consumido durante un lustro la absenta auténtica: unos años después fue retirada del mercado desde París hasta Ibiza.
La planta genciana era muy conocida, pero no el destilado que conduce a la locura. Sí en París: desde luego era celebrada y hay pinturas magistrales que lo avalan.
Aunque Ibiza era un sitio privilegiado.
Aquella legión no era una legión, era una docena. Una docena o dos de escritores neerlandeses y belgas, con algún francés empotrado en un microuniverso de embriaguez excesiva y continuada.
Hugo Claus ya estaba considerado entonces una promesa de la literatura, del teatro, del cine... Era, ciertamente, uno de los miembros más activos de París, con sus estrechos contactos con Antonin Artaud y como fundador de Cobra.
Conocí al pintor más importante del grupo Cobra, Corneille, que también vivió en Ibiza unas temporadas como acompañante de la galerista y escritora Ceres Franco. Lo entrevisté en su estudio de París, en presencia de centenares de estatuillas africanas y lo incluí en el segundo volumen de mis elefantes.
Me hubiera gustado conocer a Harry Mulish, a Jan Cremer a Cees Nooteboom, pero en aquella época. Ahora ya son otra cosa. Y a Hugo Claus, un apuesto peleador por las más bellas mujeres. Sus peleas eran broncas y poco disimuladas: demasiada testosterona, alcohol y poco dinero.
Eran hermosos, políglotas, depauperados, escritores, pintores y viajeros.
Hugo Claus fue el marido o compañero de Sylvia Kristel durante unos años, pero no superaron el síndrome `Emmanuelle´, más por el trasiego y los incordios de la fama que por los celos, imagino.
Escribió varias alusiones a Ibiza (`El deseo´) y no fueron muy amables. Da igual. Los escritores no tienen que babear y estos holandeses, belgas y parisinos eran escritores, en aquel entonces un poco estropeados por el `nouveau roman´ y el estructuralismo. Una peste.
Yo los he leído más a partir de 1997, cuando mi espíritu ganó la guerra de la independencia y me escabullí de Ibiza.
Sin darme cuenta hice lo mismo que ellos: los escritores suelen huir de su isla, de su Itaca, de su Brujas o de su pequeña burbuja de provincianismo. Apenas ni un solo escritor neerlandés vivió permanentemente en su ciudad de origen. ¿Y los irlandeses? Salen huyendo de «la mamá cerda que devora a sus hijos», dijo un irlandés.
Bien. Hugo Claus se ha despedido, mientras ha mostrado la suficiente lucidez para decidir. «Ahora quisiera irme». En Bélgica es legal la eutanasia, si no estoy mal informado.
Tenía Alzheimer, había nacido en 1929 y los ibicencos le tuvimos casi cinco años entre nosotros. Cada año era un fijo para el Nobel, pero él se reía de todo esto. Un maestro.

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