Lo único tranquilo de las Pitiusas de junio y de julio es el ritmo de llegadas de los panzudos charters en el aeropuerto de Es Codolar. Parece que vienen, pero sin apreturas, poco a poco, lánguidamente. Nos llegan ya cansados.
La temporada no quiere arrancar, pero hay un tránsito y una actividad diabólica: nadie se está quieto.
Dicen que es por ello que la economía de Ibiza crece algo y que ha multiplicado la venta de asfalto por cinco. Pues vaya una economía más negra.
Cada comienzo de temporada nos obsequia con un susto: un avión que frena tarde y se va a pastorear por las praderas, un barco de pasajeros que le pega una rascada algún bajío de Es Freus, una lancha que se estrella por Es Gorrinets o algún barco mercante que parece cansado y aburrido de dar vueltas.
Cansancio, despiste, ignorancia son mortales en la entrada de Ibiza. Lo sabían hasta en Bizancio, en Génova, en Venecia. Sus cartas de navegación alertaban sobre las entradas de San Antonio, que era el Puerto Grande o Portus Magnus (Portmany) y la rada de la ciudad.
Entrar al puerto de Ibiza sin estrellarte exigía estar en posesión de la combinación de las puertas y conocer las contraseñas del fondo. Muchos caían.
Menos mal que estamos manejando un comienzo de temporada con perfil bajo, porque las amenazas de bomba, los mercantes embarrancados y hundidos, los accidentes en general, nos están haciendo una promoción fantástica.
No es la primera vez que ocurre ni los accidentes ni la crisis.
Era conseller Jaume Cladera cuando se intentó reorganizar la oferta hotelera. No creo que se consiguiera nada o muy poca cosa. Esto sería en 1988 y 1989. Se hablaba del esponjamiento de plazas turísticas.
Veinte años después no sólo no nos hemos esponjado sino que, al contrario, nos hemos amazacotado aún más. Y todos contentos.
Pero esta vez es mucho peor, porque los destinos emergentes atacan desde al menos cinco países distintos, y la isla de Ibiza ya es consciente de que ha perdido el aura.