Lo saben muy bien las compañías aseguradoras. Simplemente se acerca un navío con media docena de desgraciados armados con rifles y ahí deciden qué hacer contigo.
Pero a veces los piratas no te roban los aparatos, el barco entero o te liquidan de unos tiros: simplemente van agotando los caladeros, se van apropiando de tu comida. Llegará un momento en que tu nicho ecológico quedará esquilmado y motivará migraciones, hambrunas o crisis profundas.
Esto ocurre en la pesca de altura. Nadie aceptará que es un pirata, pero si se le explica el alcance (dudo que ellos ya no lo sepan) de sus fechorías, comprenden.
Pero les da igual, porque estas cosas –se piensa ingenuamente- son a largo plazo y sólo afectan al prójimo y allá se las apañe él con sus problemas.
En la pesca de atún se desata una cadena de damnificados: desde el propio atún hasta los hoteleros de Murcia (de donde provienen muchos atuneros, pero da igual de dónde vengan) y los hoteleros de Ibiza, que se verán afectados por unas insolentes plagas de medusas.
Los atuneros persiguen al atún y lo acosan para enjaularlo. El que no pueden capturar vivo lo izan a bordo y lo conservan en frío para venderlo en el puerto directamente. No hay pérdidas.
Hemos fallado en toda la pirámide de mando: desde los autoridades de puerto locales hasta las grandes autoridades de
Si nos quedamos sin delfines, sin tortugas, emperadores, tintoreras, ni atunes (obviamente porque nos los comemos) dejamos el mar en manos de fenómenos que no podremos controlar. Y ya estamos en ello.