lunes, abril 23, 2007

Día delLibro/ No hay que leer necesariamente en un libro


Uno de mis primerísimos artículos publicados en el Diario se titulaba algo así como “La desaparición del libro, ¿cómo y cuándo señor McLuhan?”.

Que el libro está predestinado a desaparecer era una de las consecuencias que se derivaban de la implantación de las nuevas tecnologías y de los nuevos medios.

Pensaría en la televisión cuando afirmaba metafóricamente que “el medio es el mensaje”. Pero no, los que escribimos sabemos que el mensaje es el contenido. Por no atender a esta palmaria evidencia se han estrellado y se seguirán estrellando muchas cadenas de televisión que piensan que “el público es tonto y traga lo que le echen”.

Y no. O sea, yo no lo he pensado nunca. El público no es tonto, pero es muy cómodo, tiene muchos problemas y cuando no los tiene se los inventa y, llevados por la ley del mínimo esfuerzo, prefiere la diversión a la reflexión. De ahí que la televisión basura nunca tenga fin: un sector muy amplio del público quiere espectáculo, diversión. Ya sabe que eso no se serio. Pero precisamente por eso lo elige.

Ya sabe que el fútbol es un juego y a veces es un timo, como la lotería… pero nunca dejaremos de jugar. Nos encanta jugar y nos llegamos a enfadar mucho cuando un pobre árbitro no ve o no quiere ver una infracción.

A todo esto ¿los libros siguen teniendo algún sentido? Claro, todos. Muchos. El libro sólo es un continente, un soporte, y como tal ya está siendo superado por otras tecnologías. Pero no desaparecerá, aunque no sería mala política, cuanto menos para salvar las selvas tropicales.

Yo compro menos libros que nunca. Me envían menos que nunca. Ya casi me aburre comentarlos, salvo algunos que me producen un placer inigualable.

Ahora mismo, tengo tres al alcance de mi mano. Espero que empiece a salir el solecito, para estirarme en mi terraza y comenzar a leer. Tengo ganas de leer ‘Recortes de mi vida’ de Augusten Burroughs (Anagrama) y el libro de viajes de Jenny Deski, titulado ‘De los intentos de permanecer quieto’ (Circe). Sobre todo la parte de Nueva Zelanda.

Tengo muchos más, cajas enteras, pero no me alcanza ni el tiempo ni el interés. Prefiero releer algunas cosas, por ejemplo, ’La conjura de los necios’ que me ofreció momentos insuperables. John Kennedy Toole se suicidó y esto quizás le hizo bueno, pero nos dejó un libro ameno, que se publicó gracias a la pesadez de la madre.

No desaparecerán los libros y mucho menos la lectura. Si echamos cuentas, nos pasamos la mayor parte del día leyendo, lo cual no ocurría hace cien años.

Un campesino podría haber vivido una vida plena y activa sin tener que leer más que la marca de un coñac o la marca de un saco de potasa. Iconos más que textos.

Pero hoy, apenas nos levantamos y ya estamos con las noticias, los subtitulados de la televisión, los anuncios, los dobles sentidos, los buzones llenos de texto, de fotos. Deleznable, pero todo atiborrado de lectura. Y encima en varios idiomas simultáneamente.

Salimos a la calle y ya tenemos que optar según la lectura: carteles, señales, indicaciones, normas, noticias y avisos. Todo escrito. Conduciendo el vehículo igual: estamos atravesando una ciudad llena de mensajes escritos y con la obligatoriedad de verlos, leerlos y lo que es mejor, de entenderlos, o nos puede ir la piel en ello.

Cuando llegamos a la oficina ya nos entregan un centenar de folios, el periódico, un resumen de noticias, un álbum o un baremo de pedidos. Toneladas de lectura.

A la hora del bocadillo pasamos por la lotería donde debemos leer las últimas instrucciones, las pantallas, y compramos un periódico en el kiosco, del cual sólo hojearemos tres páginas, a menos que nos interese un artículo de unos dos folios de extensión.

Hay que leerlo antes de volver a la oficina, porque después nos espera una reunión que preparamos anoche, desplegando un organigrama que ocupa un folio.

Todavía no hemos abierto el mail del ordenador. Treinta mails de spam y una veintena de recibidos. De ellos, tendré que contestar doce, lo cual implica escribir con una corrección al menos mediana… Bueno, podríamos seguir, pero no es necesario.

Hay que admitirlo: Leer se lee más que nunca, y quizás mucha información con una gran carga semántica. Claro que hace cincuenta años algunos leían más libros, pero no dejaban de ser folletines, en la mayoría de los casos o las novelitas de Mallorquí sobre el Coyote o las de Marcial Lafuente Estefanía. O las páginas de sucesos de El Caso, narrados por Margarita Landi. En fin, material de lectura sí, pero tampoco de una excesiva carga educacional ni formativa.

Podemos quejarnos, porque quejarse siempre es bueno si existe un fundamento, pero yo creo que la lectura ha avanzado mucho, el consumo de libros se mantiene en su terreno minoritario (pero tampoco se había leído tanto como ahora, al menos que yo recuerde).

Es posible que el Día del Libro no solucione gran cosa, pero es una buena excusa para salir y comprar media docena de títulos, como mínimo.

Diario de Ibiza, 23 de abril, 2007

BLOG PRINCIPAL