miércoles, enero 31, 2007

Tomate


De verdad ¿alguien puede imaginarse un mundo donde no haya tomates? Ya no digo tabaco, patata, berenjena, pimientos.... Pues bien. Todas las mencionadas (y otras muchas bastante tétricas) son solanáceas, plantas muy curiosas y a veces potencialmente venenosas.
De manera que los regalos que nos iban llegando de América eran muy delicados. Así lo entendieron en Francia, donde desde un principio fueron reacios a incluir al tomate en sus recetas culinarias. Incluso hoy me atrevo a decir que el tomate no es un ingrediente básico en la cocina francesa. Podrían prescindir de él perfectamente y seguirían mostrando sus habilidades.
Pero el tomate es uno de los elementos gastronómicos más usados en todo el Planeta, crudos en ensaladas y cocinados de muy diversas formas.
El tomate es una planta solanácea anual (aunque en viveros se consiguen cosechas en distintas fechas, así que hay tomates durante todos los meses del año) que introdujeron los conquistadores en el siglo XVI. Una vez más, llamo la atención a los investigadores que están palpando documentos para que tomen nota cuando encuentren algún dato sobre la introducción del tomate en Ibiza. Yo dudo mucho que en el siglo XVI hubiera tomates. Había piratas y hambre.
Por Sevilla entró y fue Nicolás de Monardes, un reputado médico hispalense, el primero en sembrarlo. En Francia, queda dicho, no se entusiasmaron por la pomme d´amour y muy tardíamente la incorporaron a su dieta, un poco antes de la Revolución, siglo XVIII. En Italia sí: era el pomo d´oro y en pomodoro se quedó como miembro de honor en su cocina. Rara es la pizza que no acepte una capa de tomate como cuaje. También en Inglaterra, donde entusiasmó, al igual que en los estados del norte de América. Todavía hoy el tomate es en forma de salsa un elemento omnipresente. No digamos ya en el fast-food.
En numerosos sitios se encuentran alusiones a los peligros del tomate. No sería raro que alguien mañana nos alertada sobre alguna contraindicación. De hecho, las solanáceas no son recomendables para los artríticos o reumáticos, pues la solanina es una sustancia que inhibe la enzima que tiene efectos anti-inflamatorios, explicado mal y pronto. Pero el fruto (de una acidez endiablada, tiene mucha vitamina C, entre otras cosas) es sabroso en sus muchas variedades. Otra cosa es el tallo y las hojas rugosas y amenazantes. Se dice que mancha y huele a solanácea. Las hojas son un fuerte abrasivo y limpian mejor que la propia lejía las cazuelas más requemadas.
Si quiere mellar un cuchillo afilado, mójelo cortando unos tomates y déjelo así unas horas sin secar ni limpiar. El cuchillo está perdido.
Ya desde muy niño recuerdo que en el huerto se sembraban tomates de, al menos dos clases: la grande y carnosa para la ensalada y la otra más pequeña de piel resistente que servía para colgar y conservar para su uso durante el invierno.
Lo de restregarla sobre pan es un invento muy antiguo. En las casas ricas debieron probar el aceite de oliva, espeso y ácido, amortiguado por la molla de pan restregado en tomate. Más adelante en Valencia y en Aragón se practicó la misma mezcla. Y lo popularizó el mejor especialista en marketing, como siempre. Pero el invento es tan antiguo como la llegada del tomate.
Otra solanácea muy aceptada en Ibiza son las diversas clases de pimientos, las pimientas y pimentones, una base imprescindible para la elaboración de la sobrasada. Entre otras cosas.
Venenosas y con mala fama, pero con el tiempo las solanáceas se han hecho imprescindibles como las drogas que -casi- son. Incluido el mismísimo tabaco, una solanácea con pésima reputación muy merecida.

Diario de Ibiza, 31 de enero, 2007