miércoles, enero 24, 2007

Sólo los árboles bíblicos


En documentos, informes, peticiones al rey, donde se narra el estado social y sanitario de los isleños queda palpablemente evidente una deprimente postración en la enfermedad y la hambruna.
Para antes de 1235 se debería acudir a fuentes islámicas, pero no se tiene conocimiento de nada comparable al derrumbamiento que supuso la entrada de los cristianos en 1235.
No se levantaba cabeza. El siglo XVI, que podría haber dado alguna oportunidad de cultivar los tubérculos recién importados y de sembrar trigo, en realidad los pocos hombres que se tenían en pie estaban más atentos a los ataques de los berberiscos que al calendario de la cosecha.
No obstante, desde el siglo XVI, se sabe que una de las misiones principales de los grandes capitanes que navegaban por casi todo el planeta era detectar caladeros de pesca, plantas aromáticas, especias y alimentos que pudieran proveer de proteínas a los misérrimos habitantes europeos. Alemanes, británicos, irlandeses morían tanto o más que los hispanos.
Pero pocos ganaban a Ibiza en miseria: casi 150 años de estado de guerra continuada contra los piratas. Eran más, pero basta con 150 para hacernos una idea de la mentalidad de los habitantes ibicencos, gran parte de ellos colonos catalanes que habían ido emparentando sucesivamente con los supervivientes autóctonos, en gran parte descendientes de aquellos primigenios fenicio-cartagineses.
Una mentalidad a ras de suelo, sin posibilidad de provisión ni de previsión. Los trabajos del labriego eran relegados para tomar la función de guerrero, de miliciano permanente. Eso crea una mentalidad.
Los pocos árboles frutales que sobrevivían a una superexplotación procedían, literalmente, de injertos de los primeros árboles. Hablamos casi de tiempos bíblicos. Ibiza estaba sembrada por aquello que habían sembrado -afortunadamente- los habilidosos fenopúnicos: olivos injertados en los arbustos de acebuche, higueras, algarrobos, quizás algún almendro... bosque bajo y algunos pinares que de cualquier forma serían sobre-explotados.
Mientras esto ocurría en Ibiza, Valencia y Palma de Mallorca desplegaban un creciente comercio con las ciudades mediterráneas circundantes, en especial con Italia. Los especialistas están de acuerdo que en el siglo XVI y XVII se opera una revolución alimentaria en toda España... menos en las Pitiusas. En el XVII se inician los cultivos de aquellos productos venidos de ultramar (y por eso acabarían siendo vendidos en las tiendas de ultramarinos) y en el siglo XVIII su uso está plenamente extendido.
Recordando aquel hermoso libro de Joan Marí Cardona en el que recorre la extraordinaria ruta del pan en Formentera, me gustaría que algún licenciado en Historia o algún investigador particular rescatara los primeros rastros documentales de las primeras remesas de patatas llegadas a Ibiza, que serían tardías.
Los ibicencos no eran muy dados a aceptar novedades técnicas ni revoluciones en los cultivos. Seguían siendo un desastre, si lo miramos desde el punto de vista de obtención de resultados. Pero cuando vieron las primeras bolsas de patatas, debieron abrir unos ojos como espuertas. Las tocarían con escéptica curiosidad....
Y peor aún... ¿qué cara pondrían los ibicencos cuando vieron los primeros tomates, con este rojo encendido que anuncia veneno puro?
Acostumbrados a las plantas y a los frutales fenicios, no esperaban nada bueno de aquellas deformadas manzanas de ultramar. Acababan de descubrir las solanáceas que, en efecto, puede ser muy venenosas, pero salvaron la vida de miles de personas. Excepto el tabaco.