Ya nadie niega la evidencia de este cambio climático. Todos los esfuerzos se centran en perfilar los modelos, que son muy primarios («muy bastos», dice Millán) para encauzar algún tipo de acción destinada a paliar los efectos cada vez más devastadores del cambio climático. Nunca como ahora se habían podía registrar para la estadística los acontecimientos sincrónicos que aquejan al planeta. Así, se han dado chocantes circunstancias; por ejemplo, mientras una región del planeta está quedando arrasada por el fuego, en la opuesta el hielo y las nevadas causan pérdidas millonarias.
Suelo recurrir a uno de los investigadores más innovadores de nuestro entorno: Millán Millán (Granada, 1941), director del Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo. Él es quien ha divulgado más y mejor estos fenómenos meteorológicos que con el tiempo permiten sacar parámetros de tipo climático. Pero -nos viene a decir- es malo crearse patrones fijos, pues los cambios erráticos son frecuentes. Hay un cierto desmadre climático. A mitad de un ciclo conocido se salta a otro de manera que el modelo se cae a pedazos.
El clima siempre ha cambiado. Cambio climático ha habido siempre. Mirando los registros de temperaturas, la Tierra estaba entrando en un ciclo de glaciación, pero a partir de 1900 las temperaturas empiezan a subir y nos salimos del ciclo esperado. ¿Cuánto de ello se debe a la acción del hombre?, se pregunta Millán. Esta es la clave. Y no hay quien responda a esto.
Pero el hombre causa desastres, eso sí se sabe. Con los usos del suelo y su política industrial puede alterar el orden de las cosas. Pone el ejemplo de España que, hace dos mil años, era una selva de bosques y ahora es un erial. La zona de Almería era un tupido bosque de encinas y robles que fue talado sin piedad para alimentar a las minas. Ahora se han quedado sin bosques, sin minas y sin lluvias, porque si te llevas la vegetación de un sitio le niegas la aportación de humedad y, con la primera gran tormenta, el agua tumultuosa barrerá el suelo y los nutrientes (véanse las lluvias recientes de Galicia después de los incendios del verano).
Cabe decir -y me gustaría comentárselo a Millán, pero me imagino su respuesta- que el caso de Ibiza es atípico. Durante cientos de años hemos talado los bosques intensivamente. Tan grave era la situación que en algunos edictos reales se prohibía la exportación de madera, pez y carbón, para preservar el crecimiento de los árboles y la repoblación forestal. Los bosques estaban pelados y empobrecidos. Ha sido el abandono total del bosque lo que ha salvado el paisaje, paradójicamente. El turismo, que tanto daño ha causado a la isla, ha vaciado los acuíferos, ha permitido por otra parte una gran aportación de manto vegetal.
Pero en Ibiza hemos descubierto otro fenómeno que nos remarca Millán: la teoría de la recirculación del aire mediterráneo. El Mediterráneo es un mar profundo rodeado de altas montañas, en las cuales se ha creado un microclima especial y adorable.
Mientras el aire de Gran Bretaña se renueva totalmente dos y hasta tres veces por día, la atmósfera del Mediterráneo está encharcada en sí misma y no circula, sólo recircula. Si el agua del mar tarda entre noventa y cien años en renovarse, el aire de la atmósfera puede tardar hasta diez días en hacerlo. Esta es una información magnífica, porque desde que hemos convertido el Mediterráneo en un basurero atiborrado de contaminantes, se han descubierto nuevas manifestaciones y brotes de enfermedades. Los aires mediterráneos son muy insanos.
En Ibiza, decía yo antes, hemos descubierto la sensación recurrente de los veranos insoportables, húmedos, desapacibles, donde se palpa la pesada presencia de un aire pastoso y contaminado. En fin, que el tema es apasionante y de estas investigaciones pueden nacer muchas aplicaciones útiles. Buen trabajo, Millán.
Publicado en Diario de Ibiza, sábado 13 diciembre 2007