Para mí es una buena noticia el que ahora la Comisión Europea obligue a aturdir a los cerdos antes de sacrificarlos en las matanzas tradicionales ibicencas.
No tengo noticias de que se le haya dado publicidad alguna. De hecho, me llega de rebote cuando estoy indagando otra cosa, pero una directiva europea -como otras muchas que están creando una revolución silenciosa en muchos usos y costumbres de diversas actividades españolas- es muy explícita: el cerdo debe cumplir escrupulosamente las condiciones de higiene, pero el payés está obligado a matarlo sólo si previamente se le ha aturdido, se supone que con algún método de electronarcosis, algo parecido a las descargas atenuadas de los mataderos industriales.
Hasta ahora las matances eran una especie de rito familiar y vecinal , mediante el cual se reunían en los días ya fríos del invierno algunos vecinos para ayudar en las faenas de la matanza, bastante duras.
Yo no puedo con ellas, quizás porque un niño recuerda con nitidez incómoda muchas de aquellas operaciones. Los animales eran un ser más de la casa, de la vida, conocido y querido. Sólo de oír los chillidos del cerdo, uno revive aquellos días idos.
No gruñía, chillaba y no era para menos. La afiladísima cuchilla matancera penetraba en el cuello del animal y abría brecha, mientras sangraba abundantemente. Aquella sangre se recogía en un recipiente que iba llenándose a medida que la vida del cerdo escapaba lentamente por la herida.
Este proceso, ya no podrá hacerse. Antes de abatirlo sobre la mesa, el animal deberá recibir una carga para desvanecerle y privarle de estos dolorosos momentos. Esta directiva entró en vigor a principios de diciembre del 2006 y el Govern Balear ha adaptado sus normas a esta superior disposición.
Pasado el episodio más sangriento, la fiesta se recuerda con sorprendente alegría, y una deliciosa pitanza. Las vísceras del animal se empleaban para freír al instante y alimentar a toda la tropa que colaboraba en los trabajos, mientras las mujeres limpiaban con naranjas agrias el ventramen que se emplearía de funda para elaborar las sobrasadas y las butifarras, que deberían hervirse con parsimonia y lentitud.
Casi todos los ritos de nuestra tierra, tan relacionados con el calendario solar, con las energías de la tierra, han sufrido un contundente remozado, cuando no una revocación pura y simple. Es o no es otro efecto de la globalización, pero España ha salido de aquella esterilizante autarquía y aislamiento. Ibiza ha pasado en cincuenta años del siglo IV antes de Cristo a la era cibernética más avanzada.
Quizás exagero, pero en estos festejos, ritos y celebraciones, es cuando uno se apercibe de que no podía ser distinto en los mismísimos tiempos de los íberos, de los fenicios, de los romanos o de los bizantinos.
Pero todo ha cambiado.
La isla ha cambiado, los ibicencos han cambiado. No hay razón pues para seguir haciendo la matanza y otras cosas con los métodos más rudos y dolorosos de antaño. A mí me parece bien esta nueva norma.