Sigue lloviendo a mi alrededor (y en casi toda España), estamos entrando en junio, los turistas ni han aparecido (ven el estado meteorológico en tiempo real y saben que las cosas no están como para estirarse en la arena ni colocarse en la disco).
Aprovecho para escuchar a Camarón de la Isla, que ha sacado ahora (le han sacado remasterizado) ‘Reencuentro’. No escuches a Camarón si no te gusta, no admite tibiezas ni términos medios. Ya se parece a Ibiza, que gusta mucho o despierta sensaciones de rechazo.
Acostumbrados a titular leo en nuestro DI del 23 de este mes que “Un experto sitúa la desaparición del turismo como un posible efecto del cambio climático”.
Ya puede ser, pero no llegaremos, quiero decir que ante de que el cambio climático nos difumine el turismo, nosotros ya habremos fulminado las islas de Ibiza y de Formentera. Ya estamos en ello.
Así que no nos preocupemos de los 20 centímetros (hasta cuatro metros cuando sople huracanado el viento de Levante) que subirá el mar, sino de los torrentes desviados, de las zanjas creadas por las autopistas, de los pozos desecados y de la tapia bélica de hormigón que cambia las corrientes y los vientos en la costa.
El peligro de Ibiza no viene por las borrascas de arriba sino por las bestialidades cometidas aquí abajo.
Monstruosas zanjas para obtener tierra para un campo de golf. Se ha llevado por delante las tierras fértiles, los pozos, los filtros que hacían de barrera contra las aguas atorrentadas de las tormentas… Ibiza tiene las vísceras revueltas, asalitradas. ¿Para qué queremos más cambio climático, si nosotros ya la hemos triturado a conciencia?
Cuando algunos dijimos en navidades que la efusiva efervescencia de los enviados a las ferias turísticas era un poco artificial, sabíamos que íbamos por buen camino. Lo que no sabíamos es que la realidad es mucho peor: Los ingleses están muy descapitalizados con el cambio de la libra, los alemanes están muy escarmentados y los españoles totalmente acoquinados. ¿Cambio climático para qué?