Casi a finales de julio se disparó el mecanismo diabólico de cada año: La isla se vuelve incontrolable.
Cada cual va a la suya, vende su droga asesina a los ojos de mucha gente, alquila su coche como taxi pirata, rellena las cuentas del restaurante (ya con precios de vergüenza), obra incívicamente o como un desalmado con la creencia palpable de que no va a pasarle nada.
La repetición anual de esta ruidosa y ruinosa ceremonia ha sumido a los ibicencos en una creencia evidente: La isla ha caído en barrena en una crisis estructural de la que no se sabe cómo salir. Ni siquiera como enfrentarla, o como diagnosticarla.
Es más, se está convencido de que cada vez será peor. En el sentido de que, malo si no vienen turistas, pero mucho peor si vienen todos de golpe como así ocurre en Ibiza y ocurrirá siempre.
No es una sensación ficticia. No es una ensoñación ni es una alucinación: Ibiza da mucho más de lo que recibe y por ello ya no puede dar más de sí. Le han sacado hasta la última gota de agua potable. Le han rellenado casi todos los huecos de costa.
Pues todavía se sigue con la filosofía desarrollista: Se quiere desarrollar el sector náutico, se quiere crecer en la costa y en el interior. Se quiere en suma seguir con la misma filosofía que nos ha conducido a un callejón de difícil salida.
Se pretende seguir sacando más de lo que se puede, y los que vienen de fuera (antes más concienzudos) ahora son los peores o igual que los peores de aquí.
Incluso el ayuntamiento, llevado por el frenesí, va a hacer próxima entrega de aquello que más sobra en Ibiza: Unos centenares de apartamentos. Que el ayuntamiento de Ibiza se convirtiera en una inmobiliaria era cuestión de tiempo. Va con la lógica de los tiempos, y ya sabe la oposición dónde aprieta el zapato. Ahí puede morder, pero que no apriete mucho que puede confundir su pata con la pata de los socialistos y catalanistas.
La isla está en crisis cronificada.
No es nada nuevo.
Y en toda situación de crisis se dan grandes oportunidades. Hay que usar las crisis para hacer limpieza de cacharros, emprender nuevas ideas y renovar el almacén. Y a partir de ahí, tratar de salir de la crisis hacia una dirección acogedora.
Para ello hace falta política insular, global, visión de conjunto. No sé si perdiendo años en Eivissa Centre no habremos perdido a la isla entera. Y él sigue.
Pero de las crisis se sale, salimos en 1973, salimos en 1989 y salimos en 1996. Y en otras y de otras hemos salido.