Hay cosas opinables, como el tipo de turismo que sería mejor para Ibiza y Formentera, o sobre le idoneidad de pintar de color rojo las murallas de Ibiza (como parece que ya estuvieron), incluso podríamos opinar en un referéndum si metemos a un millón de personas sobre la isla.
Hay cosas opinables, pero hay otras que son hechos incontrovertibles: Nos hemos cargado la isla en menos de 40 años. Le podríamos achacar la culpa al franquismo, como hacen ahora algunos de estos bobos huecos y pseudo-progresistas que quieren recuperar el pasado. Algunos catalanes quieren recuperar
Pero si tomamos 1967 como el comienzo del turismo de masas, resulta que ahora cumpliremos unos 40 años de turismo masivo. No está mal.
Los primeros viajeros viajan con el siglo. A comienzos del XX llegan los primeros y hasta 1936 Ibiza recibe numerosas visitas de jans rubios.
Hasta 1953 apenas puede entrar nadie. En 1960 Ibiza vuelve a estar llena de beatniks y viajeros anglosajones, franceses y alemanes.
Y comienza el despegue turístico.
Cuarenta años después Ibiza está sin agua, está sin su paisaje (infestación de pinares y de cemento, paradojas), está sin sus frutales y sin su agricultura. La cultura y la vida de la isla han saltado por los aires.
Toda la isla ha sido brutalmente colonizada por el cemento.
Pero mal que bien seguía la vida con sus cien mil habitantes, hasta que un buen día, los rectores y cabezas pensantes decidieron cometer la única aberración que no se podía cometer, decidieron hacer lo único, lo prohibido, la locura que se debía evitar a toda costa: Tajar la isla. Separarla en dos mitades, construir unas desproporcionadas vías de comunicación colosales, fuera de toda norma y del sentido común.
Se hicieron, se excavó, se sacó tierra, (¿de quién es la tierra sino de sus dueños?) y ahora viene la fase dos: puertos deportivos. Será el remate final.
Hemos durado 40 años. A partir de ahora, Ibiza será otra cosa muy distinta.