miércoles, febrero 28, 2007

Una isla humeante todo el año


Ahora cuando llegas a Ibiza al atardecer o por la noche te encuentras con una isla iluminada en toda su extensión y en intensidad. Esto no es normal. Quien tome el tren de noche desde Valencia hasta Portugal, cruzando La Mancha, Castilla o Extremadura se encontrará con que España es un país a oscuras. No hay, como en Ibiza, un reguero de luces, una explosión dispersa de lucecitas.
Esta es la demostración iluminada, nunca mejor dicho, de la imposibilidad de mantener Ibiza como isla sostenible. No hay Dios que pueda mantener esto.

Y esto no era así hace unas décadas. Ibiza era una isla muy luminosa de día, pero muy oscura de noche, a excepción de aquellos quince días de iluminación lunar. Ibiza estallaba en luz con la Luna llena. Ahora los espíritus evanescentes y los cursilones se dan a las raves y a las fiestas de luna-llena, sin saber muy bien porque tiene tanta ascendencia en los ibicencos.
La luna marcaba perfectamente la posibilidad de ordeñar una cabra, de seguir trabajando hasta las tantas, de hacer unas horas de camino sin peligro de descalabrarse o bien permitía trabajar en la frescura del patio o en el exterior. Daba luz, y la luz es la vida en un país oscuro.
Le preguntaban al director de la película ‘Barry Lindon’ porqué había elegido una gama de luces tan baja, pues la oscuridad reinaba durante toda la cinta. Ocurre a menudo, que hay que explicar lo obvio, porque muy poca gente sabe captar las obviedades.
Hice una película oscura, porque en la época en que transcurre la acción no había luz eléctrica, ni gas ciudad, ni petróleo. La Humanidad ha pasado miles de años sin luz. Más o menos explicó esto.
Le entendí enseguida. Yo he pasado toda mi infancia sin luz. En el campo, los payeses no tenían luz. Bueno, con el tiempo llegaron los petromax, los quinqués (fabuloso invento), pero yo recuerdo que en mi casa se usaba el aceite vertido dentro de un llumener, que no es más que una lucerna como la que usaban los fenicios –mis antepasados los fenicios y cartagineses- sólo que era de hojalata en vez de ser de cerámica o de tiesto.
Tenía un asa y una larga mecha que sobresalía por una punta. Se encendía y la llama se iba alimentando del aceite que le ibas echando a medida que se consumía. Con cuidado que ni se te cayera el aceite ni prendieras fuego a nada.
El hombre vivía con el fuego. Yo he vivido con el fuego. Lo he tocado, lo he mirado mucho, lo he saltado y cuando –de niño- quise mearme encima mi madre nos reprendía y nos auguraba incontinencia urinaria durante la noche.
No lo sé, pero la guerra del payés era férrea y contumaz contra la oscuridad. Tanit, la gran diosa, controlaba las fases de la luna y el satélite regalaba una gran luminaria cuando llegaba el momento. La luz era una fiesta porque te daba más tiempo, o sea más libertad.
Ahora todo esto no se entiende. Nadie se acuerda de cuando Ibiza estaba apagada, a pesar de lo cual el payés tenía fuego encendido durante todo el día.
Ibiza era una isla humeante por el humo de las cocinas o de los hornos, pero también el bosque era un hervidero de fuegos encendidos. Nunca había incendios. Muchos miles de años de alianza con el fuego, demasiada experiencia, el payés vivía del bosque, dentro del bosque. Estaba limpio, vigilado y los fuegos se vigilaban, como si fuera un enfermo terminal. El fuego tenía vida, el bosque estaba lleno de almas y la isla humeaba a un ritmo solar o lunar, a un ritmo cósmico.
Se gastaba poca energía, solamente la necesaria y se extraía del aceite de oliva, de la madera desechada del bosque, del sol o de la luna.
Pero de repente llegó el turismo, la felicidad, las autopistas y un gran derroche de luz inmoral y suicida.

Publicado en Diario de Ibiza, 28 de febrero 2007
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