domingo, diciembre 31, 2006


Las autopistas de la tristeza

En este crecimiento alocado y disfuncional de la isla, que parece diseñado para sacar los turistas del avión y conducirlos directamente a los hoteles, arrasando por el camino los huesos sagrados de nuestros antepasados y las casas de nuestros mayores, las autopistas nos servirán de hito. Son sa fita a partir de la cual los ibicencos se dan por enterados del desastre. Ya hay una nueva generación de ibicencos, que no aceptan todas las obras públicas como una bendición que se ha conseguido astutamente del presupuesto de Madrid. Esta nueva generación de ibicencos ha conocido la isla ya muy dañada, pero todavía la recuerdan con su belleza. Y, como es de orden natural y lógico, se sumen en la tristeza.
No es con palabritas como tristeza, depresión, rendición, impotencia o resignación como se salvará lo poco que todavía pueda salvarse: Si en las elecciones de mayo no se puede quitar el Boletín Oficial de la Comunidad Autónoma a los responsables de esta irresponsabilidad, Ibiza quedará anegada, asfixiada en su totalidad por el asfalto y el cemento.
Para mi gusto y según mi criterio, ya lo está.
Hace unas semanas, un grupo de ibicencos decidieron salir a visitar los efectos del tsunami de cemento sobre y en el interior de la isla. Hay que tener buen carácter y los nervios muy templados para caminar toda una mañana sobre el desastre que se está cometiendo. Era un poco una excursión hacia la tristeza. Como aquellas excursiones de los años Sesenta, en que los prófugos o los desertores de la guerra del Vietnam, iban llegando a Ibiza cargados de tristeza, de miedo y un poco desnutridos. Leían On the road, la novela de Jack Kerouac.
Era la palabra más dicha: road, carretera. Hemos regresado a este universo, pero las carreteras de Ibiza son obsesivas, dando la vuelta sobre sí mismas sin llevar a parte alguna.
Esta nueva generación de ibicencos ha votado en alguna encuesta de Gadeso: Se dice que los ibicencos somos quienes apoyamos más el turismo. Y ello demuestra nuestra experiencia y nuestra prudencia, pero acto seguido también se nos informa que los ibicencos somos los más despreocupados a la hora de valorar los efectos negativos del turismo sobre nuestro entorno natural.
Y eso ya demuestra una inconsciencia suicida. Quizás es verdad que esto no tiene arreglo y que es más cómodo instalarse en la tristeza. Pero no lo creo. Y que nadie se escude en la abstención, porque el desentenderse suele dejar en manos de los mismos la situación que se pretende cambiar. Tristeza sí, pero desde la acción.

Publicado en Diario de Ibiza, 31 de ediciembre 2006