Yo no entendía a Simone Signoret o a Miguel Delibes cuando a preguntas de algún entrevistador solían contestar: «Sí, todo llega, pero demasiado tarde».
Ya los voy entendiendo desde hace un tiempo. Y no es nada agradable que te lleguen las compensaciones emocionales o económicas cuando ya apenas puedes valorarlas.
Con Ibiza ocurre lo mismo. La isla lleva una docena de años cultivando de forma monocorde y suicida el mismo tipo de turismo. Es una opción, sólo que hay que entender que este turismo excluye todas los demás.
La isla disponía de belleza, calma, espacio y de un ritmo ralentizado que hubiera sido ideal para los turistas del Imserso durante el invierno. Ahora leo que hasta el mes de abril vendrán 55.000 personas de la tercera edad. No les arriendo la ganancia: Ibiza no está diseñada para este tipo de turismo. Y si me apuran tampoco lo está para el turismo de bicicleta ni de buceo (dos actividades que se quieren promocionar).
Bicicletas en nuestro diseño peligrosísimo no parece lo más sosegante. Y el buceo ya no puede practicarse en cercanías, por el tránsito o por el destrozo.
O sea, que todo llega. Pero demasiado tarde.
Ocurre otro tanto con el florecimiento de los establecimientos hoteleros de cinco estrellas. Bienvenidos, pero con 30 años de retraso. No sé si el tipo de turismo, nuestra actividad, nuestro bullicio son los más apropiados.
En cualquier caso la iniciativa debe partir desde Ibiza, aunque sea con tanto retraso como el que se lleva aquí. En Mallorca, por ejemplo, se dieron cuenta de esta situación y tomaron medidas en los comienzos de los años ochenta. Hoy están mucho mejor equipados que Ibiza.
Y lo del modelo no es una broma. Genéricamente vivimos del turismo de sol y playa, expresando con claridad aplastante que vivimos de un turismo veraniego (eso es julio, agosto y septiembre). Sol cada vez menos porque es una peligrosísima fábrica de cáncer. Playas no tenemos en Ibiza para dos millones de turistas.
Dentro de este modelo se debiera de haber regresado a 1988, cuando se hablaba de esponjar. Derribar plazas turísticas obsoletas y rentabilizar el espacio dignificándolo con jardines, parkings, etc.
Se ha hecho todo lo contrario: las instalaciones desvencijadas pasarán a ser apartamentos amazacotados y carísimos que exigirán nuevas inversiones en servicios. La isla ha acrecentado demencialmente su número de plazas, legales, alegales o ilegales. Las carreteras, lejos de solucionar, han agravado los problemas. Lo único que parece en auge son los precios y las discotecas. Un turismo nocturno, monocorde, licántropo.
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