Hay voces que nos alertan sin desmayo sobre el desquiciado panorama urbanístico. O sea, que hay voces más autorizadas que las mía, pero no reconozco ninguna más pesada.
Desde comienzos de febrero de 1972 uno ha procurado ir avisando, opinando, creando opinión, alertando sobre el carácter maligno del modelo de crecimiento urbanístico pitiuso. Con resultados penosos, poco he conseguido, apenas nada.
En cualquier caso, ahí están impresos unos miles de artículos.
De manera que me otorgo con todo merecimiento y no poco recochineo el prestigioso título de “Pez más viejo del río”, en una isla que ha perdido el río (está desecado), ha perdido las costas (están tapiadas), ha perdido las montañas (las ha vaciado) y ha perdido al agua dulce (la ha agotado) y está perdiendo el aire (chimeneas de ya saben qué).
Yo soy el pez más viejo del rio –y no me río- en una isla que lo ha perdido todo menos los hooligans, los clubbers, el cólico nefrítico y la cirrosis.
Dicho esto apenas me queda nada más que decir, sólo que Ibiza no es el único sitio del mundo que ha escogido este modelo de urbanismo desparramado. Un derrame de ladrillos que motean el paisaje mediterráneo, desde Ayamonte a Port Bou.
Las voces autorizadas y la mía lo han explicado mil veces. En Ibiza se han dado conferencias, existen estudios de urbanismo.: esto no es sostenible. Esto no se sostiene y, ay, todo aquello que no se sostiene acaba por caerse.
Lo que sorprende de nuestra islita, tajada por la mitad por la inmisericorde y suicida política del equipo anterior, es la intensidad del fenómeno.
Lo que ocurre en Ibiza es una brutalidad.
De eso no informan las agencias que venden pisos en media Europa. Que lo cuenten.
Se construye para especular. Da lo mismo, que se hunda, que quede arrasada Ibiza. Sólo interesa el dinero de los especuladores en general.
No me sorprende el titular del Diario (15 de octubre 2007): Cada día se construye una casa. Pues venga, “passau, passau i veureu es piset”.
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