Ahora parece que el sentido del ridículo impide a muchos ibicencos argumentar que tienen derecho a una licencia de obras para hacer una casa a cada hijo.
Hubo un tiempo en que esto se esgrimía como un derecho consuetudinario, cuando no es más que una bobada, como tantas que han tomado asiento y arraigo en estos parajes. Yo mismo lo satiricé en varios artículos. Nunca jamás ha existido tal derecho, como no existe el derecho de autodeterminación que tanto exhiben algunos vascos y catalanes. Pero queda bien.
Estos días, viajando por las tierras olvidadas de Extremadura y de Andalucía, he recuperado para mi memoria una antigua realidad que era muy habitual en Formentera: la media casa.
El tener media casa no era un derecho, era un milagro. Pero no era raro en Formentera ver estas casas de vertiente a dos aguas partidas por la mitad. Es como si el gigante de es Vedrà hubiera ido por la noche con una retroexcavadora y se hubiera llevado media casa, con un tajo perfecto por la mitad.
El gigante de es Vedrà tiene tantos visos de ser cierto, verídico y real como el derecho de autodeterminación del País Vasco o como el derecho de los propietarios ibicencos a construir una casita para cada hijito. Pura filfa.
Ni media casa. Los derechos por este terreno van muy torcidos.
A mí me intrigó siempre la procedencia de aquellas medias casas de Formentera. Indagué hasta que un formenterés me lo dijo con cuatro palabras: hacían media porque no pudieron hacerla completa.
Por lo visto, muchos formenterenses se contrataban de marineros o emigraban al Caribe, Suramérica o Argelia, qué sé yo. Y cuando podían, con algo de dinero ahorrado, comenzaban la casa, pero no por el tejado, sino por la mitad. Iban haciendo a medida que tenían algo de dinero y tiempo para subirla.
Lo mismo en Extremadura y en pueblitos andaluces o manchegos. Había lo que había. Estos días he visto los anuncios en prensa de una ciudad extremeña, en donde se vende «media casa». No tardé en caer en la cuenta de que, como en Formentera y en muchos otros sitios, media es media y una es una.
Media casa tiene una puertecita por la que no pasaría un vikingo con los cuernos y una ventanita. No hay más, o sea que debe ser una fachada de cuatro o cinco metros como mucho. Y eso era lo habitual. Sólo los ricos tenían casa, casas o cortijos. De verdad, ya no valoramos lo que tenemos.
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