Ibiza está en decadencia. De hecho no llegó al XXI en condiciones y todavía no se ha repuesto ni lo hará, pues la están equipando para convertirla en un enclave decadente. Un poco el polo Sur de este Saint-Tropez que en tantas cosas se asemeja a Ibiza.
La decadencia no se encuentra buscándola, en realidad suele llegar como culminación de un proceso que en Ibiza se inicia en 1990, por decir una fecha.
La decadencia hace estragos cuando se confunde la opulencia con la elegancia. Ibiza fue una isla elegante en los años 50 y lo 60. En la década de los 70 inició un proceso de combustión y despegue. En los 80 se pudrió la situación, el diseño y el modelo de economía, los recursos naturales, la belleza del paisaje, mientras el cemento y el asfalto daban la puntilla final a la elegancia, a la mesura, a la proporción, a la calidad de vida de Ibiza. Y aquí ya podemos añadir Formentera.
“Me recuerda Saint-Tropez”, insiste mi comunicante. No pasa día en que alguien no se interese por algún aspecto de las Pitiusas. Y me envía una descripción reciente del que fuera pueblito francés lleno de estilo, puerto de acogida de numerosos artistas que buscaban belleza, naturalidad y precios accesibles. Pierre Matisse fue su señuelo.
Ocurrió lo mismo en Ibiza. Los pioneros son los artistas. Descubren un lugar. Y enseguida llega la infantería, la artillería con las grúas y la aviación con los turistas.
Las oficinas de promoción siguen vendiendo la idea bucólica de villa de marineros y pescadores. Sí, pescadores de fortuna, carteristas, prostitutas y especuladores.
Los grandes negocios, aeropuertos, yates, puertos deportivos no pueden confesarse como son: necesitan el marchamo de calidad. Mienten. Han perdido la elegancia, han podrido el lugar, entran en decadencia.
Publicado en Diario de Ibiza (Suplementos-Dominical), 18 de marzo, 2007