Pues no se está tan mal con un cambio climático, piensan algunos. Son alarmismos apocalípticos de los ecologistas que han montado una industria muy rentable con el tema de la salvación del Planeta, dicen otros. Puede que todo eso sea en parte cierto, pero el cambio climático en ciernes todavía no ha empezado. Ni siquiera podemos imaginar las expectativas sumamente desoladoras y la desesperación que afectará a quienes sobrevivan.
Pero hay alguna esperanza. Alguna. Y eso lo dice James Lovelock, alguien a quien escucho con reverente atención, porque ha demostrado con hechos y con teorías que puede analizarse la realidad sin mesianismos pero con grandes dosis de imaginación. Incluso improvisando, cuando en los años 60 usó un detector para la captura de electrones, pero... para demostrar que la atmósfera estaba llena de residuos de pesticidas.
Diez años después los ampliaría. No sólo estamos sumergidos en una atmósfera tóxica por pesticidas, sino que está repleta de CFC: ésta es la clave y será de gran ayuda a los movimientos verdes. O sea, CFC igual a clorofluorocarbonados.
Lovelock elaboró una de las teorías más brillantes y provechosas que se han dado a conocer en el siglo XX: el planeta Tierra no es un mazacote cósmico inerme y esterilizado por las radiaciones cósmicas. La Tierra es un organismo vivo, como un animal o una planta... o sea, la Tierra y el conjunto de las formas de vida forman un conjunto, un proceso vital que se autorregula desde hace tres mil millones de años.
Hay quien siente una tentación mística o religiosa ante esta idea. Otros no, simplemente la vida es un proceso que se ha basado anteriormente en las bacterias. ¿Y el hombre? «Si se produjera una guerra nuclear y la Humanidad entera llegara a desaparecer, la Tierra respiraría con alivio. A la Tierra le trae sin cuidado la existencia de radiaciones», dice James Lovelock. Y añade que el Planeta podría exclamar con alivio: «La existencia del ser humano ha sido un experimento muy desagradable. Me alegro de que haya finalizado».
A veces uno piensa en un registro parecido para Ibiza, que es un granito de arena en este proceso de dimensiones cósmicas. Pero sería deseable, como ejercicio teórico, que desaparecieran todos los turistas durante 25 años. A la isla le da igual le economía de los humanos, pues no saben gestionar los recursos. La isla agradecería una tregua para recuperarse.
Lejos de eso, siguen estudiando la forma de torear leyes y la voluntad de los habitantes para construir media docena de puertos deportivos. Ensanchan vías y se hacen obras en parajes que son imprescindibles para la recuperación y el funcionamiento pulmonar de la isla. Una isla, por cierto, que ha fallado en la otra asignatura pendiente: la energía.
James Lovelock ha decepcionado a muchos ecologistas al hacerse acérrimo defensor de la energía nuclear. (Recuerdo un editorial del Diario de Ibiza apoyando la energía nuclear, a falta de otra solución factible y realista. Estoy de acuerdo).
Si queremos mantener los actuales niveles de gasto energético, no existe ni una sola posibilidad si no es usando la energía nuclear, que incluso es la más limpia y barata. Y además, construir una central eléctrica tarda entre 15 y 20 años, de manera que -lo dice Lovelock- si queremos salvar el mundo y paliar los tremendos efectos del cambio climático, debemos tomar decisiones rápidas, sin titubeos y actuar unidos. Todavía no se dan estas premisas, a la Humanidad le queda poco tiempo, pero él confía en que cuando la desolación afecte en mayor profundidad, la gente se dará cuenta de la gravedad real e inaplazable de la situación. Y aunque tarde, reaccionará.
Publicado en Diario de Ibiza, 21 de marzo, 2007
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