sábado, marzo 24, 2007

La decadencia interminable


En Ibiza sumamos un envejecimiento alarmante de la planta hotelera junto a un crecimiento desbordado de segundas residencias y de apartamentos. Pero en el tipo de vida y de turismo se denuncia una decadencia, un declive de la isla, que muchos detectan pero no se explican. Ciertamente, Ibiza es más barroca, más sofisticada y más compleja, lo cual parece una situación de ocaso y de decadencia.
El caso es que tendríamos que remontarnos a 1980 para explicarnos nuestro destino, o mejor sería decir nuestro origen. España entera se deshizo con una explosión de gozo de los corsés y de los bragueros. Todo era destape. Una especie de fiebre de adolescente que siguió su curso y al cabo de unos años se autocorrigió.
No en Ibiza. Curiosamente, Ibiza salió disparada desde 1973 hacia una idea de libertad -sexual o moral siempre que beneficiara al mercado turístico- que se plasmó en la tolerancia de playas nudistas, discotecas y vestimenta fresca en plena calle.
Pero mientras en España se recuperó el sentido del ridículo y del equilibrio, Ibiza siguió disparada exageradamente cultivando una imagen de locura. La palabra era `desmadre´.
No hubo revista que no dedicara unas páginas picantes al desmadre de Ibiza, todavía identificada con la isla de los hippies, de las drogas y del sexo.
Un periodista valenciano escribía en El País (entonces un diario incuestionable) sobre Ibiza, «una joven sexocracia». Interviú, Bocaccio, Primera Plana, Vip, Yes recogían la mitad del material en Ibiza: terroristas de la OAS, las cacicadas del empresario Abel Matutes Juan, los nazis en Formentera, los chanchullos de la moda Adlib y la princesa Smilja, los falsos Elmyr... y mucha carne en las playas.
Sobre todo homosexuales. Ibiza se entrega a una decadente orgía de homosexualidad, magnificada por una discoteca que rompió todas las cotas conocidas: Ku.
El Ku ya puso en evidencia otra cosa: las distancias cambiaban. Los vehículos tomaban el poder de la isla. Se seguían levantando hoteles a pesar de la crisis de 1982 y de 1989. Se consumían cada vez más drogas y más peligrosas.
Esta discoteca impuso un estilo teatralizado en el cual los eventos se organizaban minuciosamente, controlando el proceso de relaciones públicas. Ibiza parecía un teatro, pero es que lo era, y bandas de bufones semidesvestidos, disfrazados de estética gay o modelos profesionales, ninfas eróticas salían y tomaban las calles del puerto casi al asalto, y hacían sus shows de enganche entre las mesas de los restaurantes.
Los alemanes se hacen con la escena. Los grandes bares del puerto y las boutiques de moda Adlib asisten a una invasión de alemanes. De repente se hacían concursos de misses y de chicos (gays, evidentemente, encima haciendo ostentación de una estética decadente).
Los alemanes transportan de algún modo impresionantes contingentes de hermosas chicas y chicos muy bien depilados. Proliferan los concursos de belleza, la ostentación, el lujo y el juego. Ibiza era el paraíso de los mirones y de eso ha vivido durante décadas. Del cultivo de la decadencia, de lo friki, de lo raro y excéntrico, y de mostrar carne.
Publicaciones como Bild, Stern, Bunte se ceban de una forma exagerada en la gente de Ibiza. Pero muchas escenas eróticas las preparan ellos mismos en lujosos yates o en playas apartadas. Los alemanes convierten Ibiza en su mercado, y son buenos cuando quieren destruir un destino. Incluso los alemanes que vivían tranquilamente en Ibiza desde hacía años quedaron muy impresionados por el desembarco mediático de la prensa alemana.

Publicado en Diario de Ibiza, 24 de marzo, 2007

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