miércoles, octubre 31, 2012

Una isla para las discotecas


Las discotecas han conseguido hacerse con casi toda la isla, el ´casi´ porque quedan algunos rincones minoritarios remisos a venderse a la vorágine. Tanto es así que este mismo verano se han puesto levantiscas. Intuyo que pretenden que las autoridades dediquen la fuerza de unos policías a perseguir otros actos alegales que hacen la competencia directa a las discos. Hacen bien en defender sus intereses por encima de todo, pero han de entender que no toda la isla está dispuesta a ponerse a sus pies, por grandes los tengan. Se necesitan las fuerzas de seguridad para muchas cosas, no sólo para privilegiar a un sector, sea el que sea. Y en verano no habría suficientes policías aunque se multiplicaran por cinco.

A quienes nos gustan las discotecas, aceptamos su aportación al turismo lúdico, no a la cultura, como dijo cierto concejal. Las discotecas no tienen nada de cultura. Otra cosa es que nos guste este esnobismo ramplón de llamarle cultura a todo, para barnizar con palabras lo que los hechos no demuestran ni confieren.
Las discotecas, reducidas a su justo término, con horarios racionales, hacen su aportación al turismo de una isla que en sus dos terceras partes ha llegado con vuelos low cost y que puede pasarse dos y hasta tres noches sin dormir, gracias a la magia poco recomendable de las pastillas que envidiarían Obélix y Astérix. ¿Viene este tipo de turismo porque existen estas discotecas, pioneras en el mundo, o se han montado estas discotecas porque viene este tipo de turismo? Desde finales de los 60 existe una estrecho maridaje entre la juventud cosmopolita y las discotecas, que he visto nacer (todas) y desaparecer (algunas). No me refiero a las salas de fiestas, que es un estilo anterior.

Así que no podemos demonizar las discotecas, aunque en muchas ocasiones son causa de fuertes y prolongadas molestias. Pero sí que han de existir reglas muy claras para que todos puedan cumplirlas y perseguir estas fiestas salvajes que se improvisan en toda Ibiza con ánimo de lucro y que pueden ser causa de peligros diversos.
Pero yo no iría más allá. Las discotecas son unas privilegiadas y deben cuidar sus maneras, tanto si tratan con políticos, cuanto si se trata de ventilar asuntos de la competencia entre ellas. Apelo a su sentido común y a su sentido práctico. Por lo demás, no se quejen: lo tienen todo colonizado, contaminado, controlado. Entran en la promoción de las ferias, tienen las carreteras cosidas de horrorosas pancartas y paneles, llenan las publicaciones y las calles quedan repletas de molestas cartulinas y tickets. Hasta los más avezados cronistas caen en la trampa: «Todos somos conscientes de que la temporada turística empieza de verdad cuando abren las grandes discotecas (...)», escribía un importante periodista en 'El órdago de las discotecas', en este Diario, en pleno verano. No se equivoquen: la temporada no comienza cuando abren las discotecas, es al revés: las discotecas abren cuando comienza la temporada de verdad.

Con este tipo de turismo específico, las discotecas se llenarán y la isla, posiblemente, acabará en la atonía y muchos en la ruina. Es un caso curioso y paradójico de polarización del mercado. Uno diría que todo iba mejor cuando teníamos unas cuantas buenas discotecas para la isla, no la isla para media docena de discotecas.