Como trasfondo el frío aire del otoño. Llevado de la añoranza, echo una ojeada a los meses del verano reflejados en las divertidas páginas del Diario, no sólo para solazarme, ni para revolcarme en los fangos infectos del Espalmador, sino para tratar de que algunas cosas no se nos caigan de la agenda definitivamente.
Algo se podrá hacer para que las plagas de mosquitos no eclosionen en pleno verano y torturen a nuestros desavisados turistas. Les pasó a cinco vascos: «Los mosquitos ibicencos nos han acribillado», afirmaron al entrevistador; y viniendo de un joven vasco hay que valorar el término «acribillar» en su justa contundencia. Sépase: nuestros mosquitos son de récord Guiness, casi como gambas, y los de la parte de las Salinas tienen algo en su picadura que los hace inmortales. No es sólo la picadura sino las secuelas.
Los chicarrones del norte, ya con treinta años y pico, sucumbieron a nuestra kale borroka púnica. No hay enemigo más fulminante. He visto en documentales cómo una nube de mosquitos acosa a un búfalo de mil kilos hasta el punto de hacerle volver loco. Un búfalo, con una piel de varios centímetros.
Al margen, me convencieron de algo que sé hace muchos años: en los viajes exóticos los grandes peligros suelen ser invisibles, llegan sin avisar y de enemigos minúsculos o microscópicos.
Algo podrá hacer alguien. ¿O lo dejamos como está? Yo recuerdo, hace ya muchos años, cuando el Fomento de Turismo pagaba campañas bélicas de fumigación en las zonas cercanas al aeropuerto. Comprendo que controlar macetas, pozos, canales privados, estanques, es una labor complicada.
No sé, quizás deba dejarse que la ecología actúe como regulador y que las droguerías y supers vendan cajas enteras de utabón y mejunjes insectífugos, como los que yo me llevé a Cuba y fue un gran acierto.
En otras páginas descubro a ocho valencianos que contarán toda su vida cómo en Ibiza les echaron del apartamento por ser ocho en vez de dos. Esto sí que no tiene arreglo y lo mismo ocurre en Fortaleza o en Gandía (o Gandía Shore, el programa televisivo donde compiten con Ibiza para llegar a ser muy bestias y procaces).
Creo que muchos turistas vienen a Ibiza para que les ocurran incidencias que después inmortalizan durante todo el año. «El barco me costó 70, la entrada a la disco 80 euros». Y se ríen. Otro alquiló un coche, pero se quedó tirado, sin batería. Ibiza Shore. La famita, ay, tan merecida.
Otro, un romano, se gastó el dinero por la noche, perdió cinco kilos. Afirma no haber visto el mar de Ibiza nunca. Cómo llegaría y cómo se iría.
La mayoría embobada quiere ignorar los efectos potencialmente infectantes de los lodos del Espalmador, donde históricamente se ha tirado la basura, mejor dicho, la mierda literal, y toda suerte de pestes. Esto es la nostalgie de la boue, la añoranza de los orígenes en el barro, en su sentido más literal.
En cualquier caso, quizás es mejor que estas barcas atiborradas de ingleses borrachos hasta la temeridad que cruzan el Mediterráneo cantando himnos engorrosos y fuera de contexto. A veces se cae alguno al mar. Ibiza Shore, qué bajísimo hemos caído.