El fenicio les invita a sentarse frente a la chimenea. Vamos a mantener el feedback, retroalimentación, con algunos de nuestros amigos y comunicantes, cultivando este placer pagano de la conversación sin prisas ni horarios.
¿Qué quiere decir orada? Me referí a la cabra orada mallorquina, cuando es asilvestrada. A mi parecer, viene del latín, significa loca, pero no en un sentido clínico. En Ibiza decíamos que ´caíamos en ora´ (caure en ora, sin hache) cuando andando por los caminos o por el bosque perdíamos la orientación. Mariano Villangómez me contaba una vez que había oído a un payés de Sant Miquel decir que fulano «era orat així». Del latín auratus, pero no del dorado, sino de aura, brisa. En el riquísimo idioma español tenemos una expresión muy plástica cuando decimos que a alguien ´le ha dado un aire´. Si será antiguo el término que Ramon Llull ya lo empleaba en el siglo XIII. En castellano actual se emplea como sinónimo de loco, persona de poco juicio o demente. No me gusta. Me gusta más en el sentido que le podríamos aplicar a Dalí, que era orat així. Tiene su lógica que a la cabra que se refugie en las escarpadas montañas se la tilde de loca, orada.
He escrito ya varios artículos alertando sobre el daño que causan las manadas de gatos asilvestrados y alguien se siente impelido a defenderlos, como si yo los hubiera atacado. Me acusa de alentar una nueva caza de brujas en plan solución final nazi. Por Dios, nada más lejos, qué exageración. Que vivan los gatos en su debido equilibrio. Por cierto, siguen proliferando hasta extremos indecibles las ratas enormes en la ciudad y en el campo. Es como si los gatos asilvestrados las temieran. Desde luego cazan pocas. Les es más fácil matar lagartijas dóciles aletargadas. Entre las culebras y los gatos asilvestrados estas islas se van a quedar sin los hermosos endemismos que entre otras cosas me movieron a titular uno de mis libros ´Lagartijas azules en París´ en su honor.
Nito Verdera, famoso por haber publicado varios libros sin haber demostrado que Colón sea ibicenco, tras 50 años de infructuosas y pacientes pesquisas, quiere precisarme que el huevo de Colón (él titula en el Diario «el huevo de Mariano Planells» como si mis pobres huevos, pelados de arrastrarlos por la montaña, tuvieran nada que ver con esta historia), al que alude la famosa anécdota estaba cocido y no crudo, como dije yo. Ya saben que estaban en la mesa Colón y unos cuantos nobles y alguien pretendió quitar importancia al descubrimiento de América. Cristóbal, que era fenicio, y de esto podemos estar tan seguros como de que era judío, agarró con la mano un huevo cocido, lo mostró y les desafió a dejarlo en pie sobre la mesa. Se miraron entre sí un tanto desconcertados. Nadie lo intentó siquiera. Colón tomó el huevo con firmeza, pegó un golpecito en uno de sus extremos, sin cascarlo del todo, y el huevo, como es lógico, quedó en pie, en posición vertical.
Bueno, digamos que si se hace la prueba con el cocido jugamos sobre seguro. Yo he hecho la prueba tres veces seguidas con tres huevos crudos dentro de un plato –por si acaso– y en todos los casos me funcionó. Está claro que Colón quería demostrar a aquellos insolentes palaciegos que las cosas son muy fáciles cuando alguien te ha enseñado el camino. En cualquier caso, estos tres huevos, que sí eran míos aunque no los míos, acabaron en una deliciosa tortilla francesa con perejil. Eso, que seamos felices, amigos.