sábado, octubre 04, 2014

Procesionaria y culebras

A las culebras y a la procesionaria, especias extrañas que han colonizado el territorio insular, se les podría aplicar aquel refrán ibicenco de «més val matar un home que posar un mal costum». Es preferible matar a una persona antes que introducir una mala costumbre, porque como ya sabemos, las malas costumbres son como las subidas de tasas o de impuestos: vienen para quedarse.
Por lo mismo decimos de las culebras y las víboras que han venido para quedarse y como son el depredador dominante –salvo posibles contingencias con gatos, ginetas o algún halcón– no tienen rival. Al menos de momento. Se sabe que además de los mencionados, las grullas, búhos, las cigüeñas y los erizos no les hacen ascos. Pero en Ibiza no abundan ni duran las aves rapaces predadoras, entre otras razones porque se pueden escapar volando de un entorno ingrato. Incluso en Tagomago han construido una estruendosa urbanización, en un recinto sagrado para la cría de halcones y otras especies en peligro de extinción. Las obras de Tagomago son inexplicables y no se entiende como no se derriban de inmediato, con la debida batería de multas añadidas y con las investigaciones pertinentes.
La procesionaria es otro ser repugnante que se ha autoinvitado. Repugnante y peligroso –siempre lo repito, hacedlo correr– pues el menor contacto con sus pelos causas daños de envergadura. No pocos perros juguetones han caído víctimas de su vitalidad, al menos han dejado parte de la lengua o del labio.
Pero pueden tener otras consecuencias maléficas: acabar con las abejas de Ibiza y de Formentera. Indirectamente. Llevo años denunciando los daños que suelen causar los productos químicos al actuar indiscriminadamente en el complejo ecosistema donde los insectos tienen un papel preponderante. No solo las abejas melíferas. Los insectos son los ingenieros y los obreros de la polinización, aparte de servir de alimento a numerosas especies y a los pájaros. Todo en un equilibrio perfecto. Pero he aquí que llega la consejería del Gobierno balear y desde un helicóptero arroja el baño químico que deja a la naturaleza rendida y para el arrastre, como estos toros que arrastran hasta la sala de despiece.
Los apicultores, el GEN y toda persona sensata pide que cese el riego diabólico proviniente del cielo. Dimilín, le llaman. Bueno, el nombre es dulzón, pero las consecuencias son amargas. Y los apicultores desesperados porque ven mermar sus colmenas, tan imprescindibles para la agricultura, para los frutales, para la vida.Los políticos saben que existen otras medidas, seguramente más baratas (¿es por esto, han de comprar los productos más caros? ¿Por qué?) y seguros, como el control biológico. Será de resultados más lentos, pero ya ¿qué prisa tenemos si la procesionaria ha venido para quedarse? Podremos controlarla, pero jamás la venceremos, entonces ¿por qué acabar con las beneficiosas abejas?