miércoles, octubre 29, 2014

Ojos de fuego en la noche de difuntos


Comparado con la escandalera del verano, los juguetones berridos de la chiquillería en estos días de Todos los Santos y Día de los Difuntos, se nos antojan un remanso apacible. Ellos lo llaman Halloween o algo parecido y en estos días se ponen muchas pelis de zombies destrozados, amoratados y semipodridos o sangrientos y amenazantes. Les gusta lo truculento. 
Esta morralla de fechas señaladas por los comerciantes suelen ser importaciones de los Estados Unidos, aunque ellos a su vez las trajeron consigo de la vieja Europa hace unos cientos de años. Pero da igual, son celebraciones feas, pero no originales. En México -y otros sitios- se mezclan las tradiciones cristiana y pagana en auténticos festivales dedicados al culto a la muerte y al más allá. Pero siempre se busca un efectismo estético, aun dentro de lo macabro.
Desde el final de la II Guerra Mundial, Occidente se ha empeñado en explorar la faceta disonante, la fealdad creativa, el escándalo tétrico cercano a las experiencias con la muerte. Miren el arte contemporáneo. De hecho, el surrealismo -de factura impecable, bellísima, aunque turbadora- quizás haya sido la última vanguardia emparentada con la hermosura que nos hace la vida más llevadera. Ya en los 60 se impone el Feísmo, el Arte Povera, el Abstracto, el Informalismo, el arte matérico, el art-brut, que parece una gran deyección sin retorno, como es lógico. A partir de ahí, la moda, la música se han dedicado a dignificar la fealdad.
Y sin embargo yo conservo una simpatía irrenunciable por estas festividades que en Ibiza se vivían con discreción y recogimiento: la música en los bares no molestaba a nadie del exterior. Existía un respeto exquisito por las visitas al camposanto, donde se depositaban unas palabras, unas oraciones y quizás unas flores.
En las mesas sobrias de las casas de campo se cenaba con parquedad y se desgranaban las granadas, un estallido casi sangriento y dulzón, la ambrosía de los muertos, la fruta de los púnicos. Por esto la mesa no se quitaba en toda la noche. Es más, se dejaban piñones, castañas, avellanas y nueces sobre la madera para que si algún difunto visitaba a la familia pudiera abastecerse para el camino. La dulce granada resucitaría a un muerto. Era un vínculo sutil con el Más Allá.
Todo transpiraba respeto, en algunos casos, temor. No era bueno caminar perdido por los caminos oscuros de la isla en la noche de difuntos. Hasta podía salirte de camino Sa Por. Ibiza fenicia, pero con incrustaciones romanas y judías. Sin desechar posibles filtraciones de la época musulmana (más breve en Ibiza que en la Península). Hoy, ellos, los imbatibles jovenzuelos, saldrán ardientes con el calzoncillo de cuello alto, los pantalones muy bajos, rapados, brincando algún rapeo e invocando a los muertos vivientes. Pocas bromas con el tema en Ibiza. A más de un valiente se le volvió todo el cabello cano cuando le salió al paso un perro negro con los ojos brillantes de color rojo. Un perro que no sabía ladrar pero que te acompañaba un trecho en silencio con sus ojos como linternas.
Pisa la tierra con respeto, algún día será tu cama para la eternidad, dice el viejo proverbio. Una oración en cualquier religión por los ausentes.
En Twitter @MarianoPlanells