La Ibiza preturística poco podía imaginar la gran explosión turística que arrasaría la configuración de las costas y el modo de vida de los ibicencos. Pero nos costó mucho trabajo. |
A los ibicencos nos irrita que nos digan que el turismo es una lotería, un maná caído del cielo, porque sabemos por experiencia que hay que pelarse algo más que los nudillos para abrir un negocio serio en las islas, mantenerlo y adaptarlo año tras año a las nuevas exigencias. Aquí no te puedes dormir. Del cielo sólo caen chuzos de punta, inspecciones de Hacienda o alguna peste que alguien nos ha echado en la distancia. Del cielo no cae nada.
Ya vamos al menos tres generaciones, entendiéndolas en sentido amplio, desde que a finales de los 60 unos cuantos ibicencos locos hipotecaron su propio piso para abrir una tienda, una pensión o una agencia. Todos conocemos una decena de historias de ibicencos ejemplares, los modernos corsarios, que en San Antonio, Santa Eulalia, San José y en Ibiza capital relanzaron lo que en los primeros cinco años de los 30 empezó a ser una actividad incipiente.
Aquella sangrienta y traumatizante guerra civil partió en dos nuestro siglo XX. Los extranjeros, artistas, músicos, pintores y viajeros a su vez vieron violentamente truncado su verano a partir de finales del mes de julio. Quedaban pocos en la isla aquel triste 8 de agosto cuando desembarcaron por San Carlos las hordas mandadas por la Generalidad de Cataluña, por Lluís Companys, de Esquerra Republicana de Catalunya. Hasta el 13 de septiembre estuvieron en Ibiza sembrando la desgracia y el dolor. Y la consiguiente réplica nacional, igualmente exagerada. Aquellos extranjeros que no quisieron o no pudieron irse antes, tuvieron tiempo de arrepentirse.
No olvidemos estas cosas, aquel verano de 1936 partido en dos, aquella Ibiza partida en dos que no recuperaría un vida normalizada hasta los años 50. Sólo a partir de 1953 regresan algunos extranjeros y algunos, pocos, viajeros. Aquello no era turismo. Miseria y caciquismo.
Del cielo habían caído bombas y obuses, más de los necesarios y ninguno deseado. Cuando a finales de los 60 algunos jóvenes lobeznos de la derecha local comienzan a levantar hoteles como jaulas de conejos podríamos decir que estaba todo por hacer. E hicieron mucho. No se puede negar que levantaron Ibiza, una isla mayormente analfabeta, depauperada y en gran parte todavía aterrorizada.
Uno de los logros es que hay al menos dos generaciones de ibicencos que –si leen este folio– pensarán que hablo de las guerras napoleónicas. Pues no, fue ayer, fue tu abuelo, incluso tu padre, ayer mismo.
Yo diría que en general somos conscientes de los esfuerzos que nos ha costado levantar una estructura hostelera que ya quisieran otros países ribereños. Y sólo en esta islita de 572 km2.
Nunca podremos valorar bastante el trabajo de estos pioneros. A partir de ahí tenemos la obligación de superarlos, podemos criticarlo todo, pero para levantar algo mejor en una isla ya demasiado machacada.
A nosotros nos toca ya valorar el aire limpio, las playas cristalinas, el bosque verde y libre de mazacotes. Y esto es una tarea descomunal que tenemos que hacer entre todos, al margen de las ideas políticas de cada cual y sin tregua.
Si te dicen que la fortuna nos cayó del cielo contéstales: sí, pero nos pilló con la azada en la mano. Y no debemos soltarla.