Vamos a decir algo muy claro, a ver si ustedes están de acuerdo: en Ibiza no está ocurriendo nada que no hubiera sido predicho o que no hubiera sido previsible en su momento. Por esta misma regla de tres –salvo desgracias apocalípticas–, si nos esforzamos un poco en reflexionar entre todos, podemos prever como será Ibiza dentro de cinco o quince años. ¿Ya lo digo? Será insostenible pero también insoportable, inaguantable.
Ya sabemos que las Pitiusas son insostenibles desde los años 80. El geógrafo catalán Ros Hombravella cuantificó grosso modo esta insostenibilidad en una relación mágica de siete a uno. Quiero decir que para mantener una Ibiza funcionando a tope harían falta unas siete Ibizas. Pero como no tenemos siete Ibizas, ni siquiera una de recambio, tenemos que importar los bienes, servicios y energía de otras partes.
Quiere decir algo más: no nos estamos cargando solo una Ibiza, sino que llevamos un ritmo mediante al cual nos cargaríamos siete islas como Ibiza. Podemos dorar la píldora, eliminar sesgos de contabilidad, dulcificar el proceso masivo de destrucción, pero el resultado final sólo nos lleva a una sensación: espanto.
Y cuando digo Ibiza, incluyo tranquilamente a Formentera, pues lleva una cadencia diabólica de masacre casi superior a la ibicenca. Menos mal que disponen de auténticos genios de la ingeniería hidráulica (¿hídrica?) contagiados por el espíritu de Julio Verne, aquel osado personaje que ya ubicó una parte de la acción de ´Hector Servadac´ en los peñascos de la Mola. Llevados, decía, de sus hervores y fervores amorosos por Formentera han conseguido sacar ¡aguas termales!
¿Quién no recuerda de sexto de Física que cada 33 metros de profundidad la tierra se calienta un grado? No lo consulto, de modo que si no fuera exacto, me doy por amonestado con una orejas de burro. Pero el fenómeno sí es bien conocido.
Dentro de un mes, casi todas las aguas superficiales de las Pitiusas no serán termales, pero serán térmicas, quiero decir térmicamente altas, que es lo que supongo ocurre con la perforación centenaria (a centenares de metros ¿no es una locura?) que ha sacado un chorro de agua tibia. Es decir, si nos hemos acabado el agua subterránea, la sacamos del mar, pero si nos cabreamos la sacamos a 200 metros más allá del fondo del mar.
Tengo curiosidad por que alguien me explique este episodio de hostelería ficción, como sigo teniendo curiosidad por las fumigaciones (también le ha tocado a Formentera) con productos químicos contra la procesionaria, pero que están afectando a las colmenas de abejas melíferas.
Así que no solo consumimos siete veces más de lo que podemos producir por nosotros mismos, sino que nos cargamos todo lo que tocamos.
Y si no queda nada por destruir en tierra o a ras de mar, perforamos la plataforma bajo las aguas. Que nadie descarte que pueda encontrarse un yacimiento de café con leche con sacarina. Y después nos quejamos de las prospecciones petrolíferas.