sábado, mayo 26, 2012

Hemos perdido las playas


Al principio no había nada, pero el Sumo Creador se puso en faena y creó Ibiza y todo el resto en menos de siete días. No seamos modestos, Ibiza también estaba incluida en sus planes, lo que no sabía nadie es que una isla que ha tardado millones de años en configurarse, acabaría sin una sola playa limpia y accesible para los ibicencos normales, corrientes y molientes.
Se acabaron los espacios. Si se llega a la cala o playa con la barca, habrá problemas para fondear, pero si se llega con el coche lo más probable es que no haya aparcamiento, o que sea carísimo o que te desvalijen el vehículo.
Y esto que El Creador lo tenía todo previsto: no contaba con el poder destructor de los neopitiusos.
Puso luz, puso tinieblas y las distinguió, separó las aguas de las tierras, llenó el mar de peces y de yerba las tierras secas; le gustó lo que hacía, porque todavía no había parido al hombre y las cosas se iban asentando con cierto equilibrio y serenidad. «Haya estrellas en el firmamento» y nacieron los soles, todo irradiaba luz sobre la isla de Ibiza, donde ya germinaban gramíneas, férulas y amapolas.
Entusiasmado con su obra, llenó las aguas de animales acuáticos y muchas aves que surcaron el cielo, graznando sobre los lugares altos, como sa Cala de Sant Vicent, la Mola, es Vedrà... Multiplicaos, dispersaos, ordenó el jefe y los bichos, las culebras y las reses iniciaron una interminable peregrinación para cubrir todo el planeta, no solo Formentera o Ibiza.
Y ahora viene lo difícil, en realidad no sé cómo explicarlo, porque es cuando se fastidia el programa: el Señor crea el especulador, al hotelero, a los futbolistas y sacándoles algo más que una costilla, produce las mujeres, que aparecen muy satisfechas y mesándose la melena como si tal cosa, inocentes y libres de toda culpa (todavía).
Entonces dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, y que tome posesión sobre los peces del mar, las aves que revolotean libres en el cielo y los bichos y animales que se arrastran por la tierra».
Pasaron cien, mil, millones, miles de millones, hasta que apareció un ibicenco con boina, hecha a mano con la piel de una liebre cazada con una pedrada. Faltaban al menos dos mil años para el nacimiento del Hijo del Creador.
Un buen día llegaron los fenicios para cargar bayas, agua y frutas salvajes. Cientos de años después, sus hijos los cartagineses, incluso los romanos un poco más tarde. Hablaban una jerga desmesurada y cantarina que recuerda mucho al catalán del 2012, pero no era lo mismo.
Hace sólo 60 años empezaron a llegar forasteros que se solazaban en el mar y se tendían en las arenas abundantes. Tanto gustó este deporte que en el ínterin han desaparecido las arenas, tapadas por unos forros de plástico (hamacas) al modo de los invernaderos de Almería. Apenas queda un metro libre para sentarse o tenderse sobre las arenas.
Ya no podemos ir a peor, dijo alguien. Craso error: en 2011 comenzaron a invadir los calveros de arena con estruendosas instalaciones, donde los extraños se entregan a furiosas danzas en misterioso trance químico. Y ahora no duerme ni Dios.