sábado, diciembre 31, 2011

Comercio conservador



Lo anticipamos antes de conocer el contenido del proyecto de ley: España va a reorganizar un calendario de locos, prescindiendo de estos lapsus vacacionales que a veces abarcan una semana entera y que vienen a suponer la pérdida de 1.500 millones de euros para la economía del país. 

Los puentes van a desaparecer, gracias a Rajoy y los festivos se pasarán al viernes o al lunes más próximo, lo cual a su vez supondrá un esfuerzo considerable del sector de la hostelería para adaptarse a las nuevas pautas del mercado. Los agroturismos, el turismo rural y los hoteles en general recibían al menos tres veces al año una inyección de dinero extra al aprovecharse del turismo interior generado por estos puentes.

Otro caso, los restaurantes de toda España han tenido que sufrir dos adaptaciones drásticas en poco tiempo. En primer lugar fue la acotación de zonas para los fumadores; en segundo, la prohibición definitiva. Hoy en día los sindicatos niegan que esta prohibición haya causado pérdidas a los restauradores, a pesar de las quejas de los comerciantes.

¿Qué quiero decir con estos ejemplos? Que el comercio es uno de los sectores más conservadores al que nunca, jamás, hay que dejar mandar, porque de todos modos, cuando se le reglamenta un cambio, supera el trago y se acomoda a la perfección.

Los comerciantes de Ibiza están organizados en la Pimeef y esto es bueno. Pero se han puesto en pie de guerra al conocer la liberalización de horarios propuesta por el Govern balear. En realidad, el peor enemigo del pequeño comercio es su falta de ideas. Como alguien monte una tienda que venda sándalo, saris y colgajos de Oriente, al cabo de unos meses habrá veinte tiendas idénticas en la misma calle. Esta pulsión por copiar al vecino afecta a todos los sectores, es algo imparable. Esto lo vivimos con la moda Adlib y ahora puede verse hasta la saciedad paseando por el centro de la villa o por la marina. 

¿De qué se quejan? De la libertad. Pretenderán que todo el mundo tenga abiertas las mismas horas y a la misma hora. Pues no, debieran recordar que estamos en zonas turísticas donde no deambula un alma en todo el día. Las tiendas que no tengan abierto hasta la una o las dos de la noche no venderán ni un artículo. 

Desde un punto de vista estrictamente liberal, la libertad de horarios es un principio básico. Su argumentación de que la libertad de horario arruinará a los pequeños negocios es bastante pueril. Muchos de estos locales ya son una ruina y no suponen ninguna aportación, pero también me acuerdo de que durante los años 70 y los 80 temblaban ante la inminente peatonización de varias calles. 

Ahora, una vez peatonizadas, son las calles más comerciales, pero como he dicho antes, los comerciantes son la gente más conservadora en el mal sentido de la palabra que existe en una urbe. Bienvenida la libertad de horarios, de espacios y de precios, en una isla donde suelen ser astronómicos e imprevisibles.