Ibiza está condenada en la actual situación de desequilibrio. Sobran pinos sin que sobren extensiones boscosas. Si pudiéramos dar tiempo a las sabinas y a los enebros para que repoblaran nuestro bosque mediterráneo, la isla ganaría en calidad. La proliferación de pinos hoy no es una prueba de salud ecológica, sino de enfermedad, un equivalente a la eutrofización de las aguas marinas que se recubren de algas de mala calidad por un exceso de nutrientes.
Jamás hubo estos pinares en Ibiza porque no podía haberlos: el hombre daba buena cuenta de la madera, la resina y la corteza. Aprovechaban los menores espacios con sedimentos (tierra) para sembrar de secano los modestos pero imprescindibles cereales.
El paisaje de Ibiza, globalmente, presentaba un equilibrio perfecto entre las zonas rústicas boscosas o los pinares de los cuales se extraían grandes cantidades de energía (carbón, madera) y entre las explotaciones de uso agrícola o de regadío en las cercanías de los yacimientos de agua (fuentes, norias o pozos).
Y este equilibrio se mantuvo durante dos mil años, con más o menos azares, accidentes o desgracias (ataques, despoblación, guerras, pestes, hambrunas).
Se ha roto precisamente cuando hemos sido más habitantes (casi 150.000 en invierno, más del doble en verano) y cuando somos más ricos: se han abandonado enormes extensiones de feixes, de superficies destinadas a la agricultura, donde se tenía a raya la línea fronteriza del bosque. El pino, un ente oportunista, adaptado a las perrerías del clima y de la pobreza de nutrientes, se ha encontrado gratificado en terrenos labrantíos abandonados. Las aguas interiores, dedicadas al regadío, se destinaron antes de agotarse al despilfarro del turismo.
Con esta conducta es fácilmente explicable que nos hayamos cargado las zonas verdes de regadío, las zonas dedicadas al secano, las costas amuralladas con cemento y es lógico también que ahora nos carguemos sistemáticamente todas las zonas boscosas.
¿Qué hacer ahora? Para empezar, aceptar que tenemos un problema: no sabemos identificar lo que nos pasa. No entendemos que no son normales estos crecimientos demográficos, urbanísticos ni turísticos. Esa es la enfermedad, aunque muchos curanderos saquen provecho personal de esta situación.
Una vez reconocido, aceptar que los crecimientos de cemento ya son letales para el presente y para el futuro. Se deben arbitrar medidas para que los propietarios de fincas rústicas puedan sacar provecho de los pinares. Tienen que expurgarse, esponjarse, vaciarse, pero esto sin cesar, durante todo el año.
Hay que ejecutar un Plan de Empleo Rural Pitiuso, usando brazos en paro, conductores y autobuses parados (para llevar y recoger a los taladores y desbrozadores), empleando a quienes lleven varios años empadronados en la isla. Hay que dirigir racionalmente los cortafuegos, limpiar el bosque de restos quemados y replantar lo mínimo posible. Lo hace gratis y mejor la naturaleza. Estas sugerencias y otras muchas que se podrían incorporar se tienen que adaptar jurídicamente a la legislación, pero de la misma manera que me parece lamentable que haya gente parada que se quede sin cobrar, también me parece mal que gente que está cobrando no trabaje en favor de la comunidad que le está pagando.