Ibiza no tiene la suficiente masa de población (Mallorca pasa de los 800.000 habitantes) para vivir del consumo interno de una forma dinámica, pero tampoco dispone de las llaves del calendario para gozar de un turismo que se prolongue, aun con altibajos, a lo largo de todo el año.
No se me ocurre cómo podríamos volver a recuperar una temporada de siete u ocho meses. No lo veo factible, ni subvencionando la llegada de turistas: tercera edad, colectivos dependientes o minusválidos, jubilados japoneses o europeos, grupos de deportistas, turismo de congresos, etc.
Tenemos que despedirnos de esta mentalidad, no porque Ibiza y Formentera no sean sitios hermosos, aunque menos que antes, sino porque la competencia comienza a ser atroz. Imbatible. Y cada país acapara su nicho de clientes, desde los Emiratos Árabes al turismo mediterráneo ribereño en los países islámicos, Israel, Jordania, Siria...a los que hay que sumar las potencias históricas como Francia, Italia, Grecia y ahora los Balcanes. Sin olvidar más de un millar de islas de ensueño al alcance de cualquier bolsillo.
Podemos desechar las soluciones torpemente mesiánicas como las de este empresario ibicenco que nos quiere vender la burra asmática: con uno o dos puertos deportivos y dos campos de golf, un palacio de congresos en Santa Eulalia, un espigón en San Antonio y ses Variades (un dulce pastelito que siempre se comen los mismos) ya tenemos asegurado el empleo eterno, el turismo para todo el año. La solución final.
Me extraña mucho que el PP pueda vender estas bobadas. Claro que son muy rentables y provechosas, pero para quien las construya. Ibiza sólo acumula más cemento, más porquería, obras mal terminadas, problemas de portabilidad y de funcionalidad.
Más desastre al desastre. Si el nuevo PP de Bauzá vuelve a repetir la maniobra de las autopistas podemos dar por terminado el turismo en Ibiza para varias décadas. Si encima le sumamos las miles de toneladas de grupos de hidrocarburos y sustancias tóxicas de las prospecciones, el panorama que se nos pone en la mesa está al límite.
En una entrevista que le hizo el Diario también reclamaba horarios libres para las discotecas. Pues claro. Toda la isla a su disposición, urbanismo libre, horarios libres.
Sólo hay un detalle, en la isla hay censados unos 145.000 habitantes que a lo mejor no quieren todas las horas de todos los días de todo el año esta monstruosa explotación al límite de los recursos de la isla.
Han puesto limitaciones de velocidad en las autovías, las hay en las carreteras... ¿para cuándo piensan poner los ministros y los consejeros de Sanidad y Salud Pública un medidor de decibelios en las discotecas? Por ejemplo.
Todo funciona al límite en régimen efímero, como las flores. Brillan mucho durante tres meses y después cierran el capullo. Incluso los hoteles de cinco estrellas han violado una de las bases del acuerdo para obtener la licencia: no cerrar en invierno. Claro que han cerrado, pero menos mal que se han reunido para crear una asociación que atraiga el turismo de calidad. ¿Lo ven? Otra vez, de vuelta la burra al trigo.