Yo ya había publicado algunas cosas en las cuatro páginas que entonces tenía Diario de Ibiza, que se editaban e imprimían en la calle Aragón, una calle que todavía no conocía las delicias del asfalto. Es más, como yo comencé a escribir a finales de 1971, en pleno invierno, para llegar a la redacción se debían sortear algunos socavones y charcos considerables.
Siempre había los mismos trabajadores, entre dos y cuatro de la vieja escuela como Es Parrí, y un joven Luís Más en la linotipia que solía transcribir e interpretar no pocas veces textos manuscritos escritos con la inextricable torpeza de algún jubilado que quería ver impreso su nombre antes de morir en alguna carta al director.
En estos momentos, Luís ejercía de director, de san Pedro y del mismo Dios, pues solía crear desde la casi nada un texto legible que saldría publicado al día siguiente.
Un buen día llegué y me encontré con un catalán muy amable, casi efusivo, que estaba concentrado destripando un armatoste cubierto de polvo. Después supe que era la máquina de huecograbado, que no había funcionado jamás.
Debía ser en 1972 y aquel señor era Josep Buil Mayral, siempre parecido a sí mismo, con un bigote bien recortado, un rostro risueño y con un sentido del humor blanco un poco infantil. Muy amable y pulcramente vestido sin usar jamás el traje.
Aquel año y lo que restaba de 1973 (antes de irme yo a la mili en África) congeniamos y realizamos numerosos reportajes juntos. Gran parte de sus fotos de personajes, pintores, artistas las hizo a requerimiento mío, aunque él enseguida se hacía cargo de la situación y conocía nuevas caras, que fotografiaba con su habitual facilidad, pero sin desaprovechar ni una foto del carrete.
Podríamos decir que el Diario de Ibiza era un rotativo hecho a pie, pero no con los pies. De hecho, y a excepción mía, la redacción estaba llena de gente ingeniosa, que salía de todas las situaciones y me asombraban.
Pero Buil era el único que disponía de coche, lo cual nos permitía salir a hacer algún reportaje a zonas alejadas como San Antonio o Santa Eulalia. Recuerdo con especial cariño -por la relevancia que después alcanzó- el reportaje al dibujante Portmany, el primero. Después le hizo otros sin mí.
Otras veces cada cual iba por su lado y de repente nos encontrábamos en la redacción, donde nos mostraba sus trofeos: fotos curiosas, escenas de tipo social, animales de Ibiza, grupos de campesinas, deportes, escenas urbanas o algún famosillo. En tal caso, sólo faltaba el texto. Y manos a la obra.
Aprendí mucho de él, por ejemplo a encuadrar como si la foto fuera directamente a ser impresa, es decir, a componer la foto. Buil no era un fotógrafo manipulador, no solía recortar -a no ser para magnificar un nuevo encuadre- ni le gustaban los efectos retóricos como un picado o el contra-picado, los contrastes de luz que falsearan el rostro... era un fotógrafo realista, que encuadraba bien, revelaba de maravilla (su nitidez fue un descubrimiento en Ibiza) y no ansiaba efectos técnicos distorsionantes. Sólo la vida, la sobriedad, la realidad plana, nítida. Yo creo que también por esto conectó muy bien con los ibicencos de entonces, que en general no amaban las salidas de tono, la imaginación ni los cambios de visión.
Véase también: Adiós a Josep Buil Mayral