sábado, julio 19, 2014

Holandeses en Ibiza

Silvia Kristel fue una de las musas de la Ibiza de los años Sesenta. Esposa o compañera del escritor belga Hugo Claus, Silvia fue una de las pioneras de Ibiza en Holanda.
Ibiza es muy conocida en todo el planeta. Desde hace cien años su nombre se ha difundido en clave subterránea entre gente pionera y aquellas andanzas no pocas veces han quedado registradas en forma de libros, fotos, cartas, memorias personales, pinturas, bocetos. 
En los últimos treinta años, quizás en mala hora, alguien decidió que había llegado el momento de potenciar la industria del borreguismo, eso es el turismo de masas, facilitado por los chárters. Así que cuando decimos, o dicen mis jóvenes compañeros de la prensa, que «Holanda descubre Ibiza» y cosas por el estilo, casi mi obligación de tío abuelo bienhumorado es aclararles: un periodista que escriba en Ibiza jamás (bueno, casi nunca) ha de usar el verbo descubrir. En Ibiza no se descubre nada, está todo descubierto y, esto sí, un poco recubierto por la hojarasca pinar (fuiaca, y no me lo corrijan) que por un momento borra las huellas. Pero la pisada está ahí, está aquí, en Ibiza.
La noticia es que los holandeses han regresado a Ibiza en cantidad sorprendente, sonora, con aumentos de un año para otro de un 40% . Claro, en cinco años, las cifras totales son abultadas. Tomando una cañita con Juanito de Las Dalias me lo comentó: «Este año estoy viendo muchos holandeses en Ibiza, pero no sé por qué». Años después no son muchos, no son unos miles. Ya vamos a pasar a unos cientos de miles.
Abrumador. Parece como si los holandeses hubieran ocupado el vacío dejado por los alemanes y los españoles. Los alemanes se han recuperado un poco, pero los españoles solo vienen a la isla a buscar trabajo.
Cuando ocurren estos fenómenos sociales de envergadura y el ascenso de los holandeses en las islas lo es, no se puede indagar en una sola causa. Las razones suelen ser múltiples. No ha sido una serie de TV o una película, no ha sido la música, no ha sido la droga, no han sido las discotecas, no ha sido la promoción en la feria de Utrecht, o no lo han sido en exclusiva. Quizás todo ello conjuntamente. Todo ello conjuntamente ha regado la semilla que ya habían dejado los holandeses en Ibiza y Formentera a finales de los años cincuenta y durante la primera mitad de los setenta. Ya lo he dicho.
Es decir, los holandeses no descubren Ibiza, sino que la redescubren cuarenta años después de aquellos Jan Cremer, Bert Schierbeck, Hugo Claus, Harry Mulish, Jan Gerhard Toonder, Piet Seegers, y otros veinte escritores y pintores, algunos de los cuales he conocido personalmente.
Y jamás supieron explicarme por qué vinieron a Ibiza, salvo que era una isla muy hermosa y muy barata. Dos argumentos de peso para un artista. Hoy las Pitiusas ya no son muy baratas ni son muy hermosas, y bien que lo lamento. Pero cómo serán los demás sitios cercanos que Ibiza sigue atrayendo a los nietos de aquellos pioneros. Nada se descubre, todo está latente, pero cada cual quiere escribir su propia vida con surcos personales. O, al menos, hacerse la ilusión de que están descubriendo un nuevo mundo, ay.
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