Por regla general, leo los artículos de Francisco Vilás y los de algunos más, pero suelo prescindir de un 80% de las firmas que aparecen en nuestras páginas. Ya me las sé.
Salvo el otro día que trató sobre la posidonia. Hay temas que se entienden y se hablan o se escriben y están claros. Lo extraño es querer distorsionar la conducta de los demás para justificar una realidad. Por primera vez, tarjeta amarilla a Vilás, que es evidente que no entiende la importancia de estas plantas en la mecánica de limpieza y oxigenación de las aguas, renovación y cobijo de vida de multitud de especies marinas, aunque él diga que sí. Y todo por quitar importancia a los destrozos de los megayates, lanchas y otras embarcaciones. Pues no. Los barcos –de todo tipo– hoy suponen una auténtica plaga para la supervivencia del Mediterráneo. Y ya que saca la historia a relucir, la presión humana, mientras se mantenga en un umbral de seguridad, no supone ningún peligro y sí –quizás– es un eficaz regulador que la naturaleza asimila con equilibrio.
Si leyéramos el rol o el registro de entrada de barcos en tiempos de los fenicios y los comparáramos con hoy nos quedaríamos asombrados: hay más trasiego de barcas de nueve a una de la mañana de cualquier día de verano que en todo un año en tiempos de Aníbal.
Pero yo no venía aquí a meterme con mi apreciado Vilás, a quien Dios nos conserve muchos años con un peso equilibrado, puesto que ya tiene suficiente gente que se le mete por todas las rendijas, sino a tratar de los destrozos sobre la Posidonia.
Desde luego le doy la razón en que todo es relativo, aunque no comparable. Relativo quiere decir que si vamos perdiendo un 3% de superficie de posidonia anualmente, llegará un momento en que acabaremos, literalmente, con el gran pulmón oxigenador, que hoy es un colosal sumidero de CO2 y otros gases. Pero aún es peor la cosa. La noticia viene en una reciente edición del Diario: «El 90% del Mediterráneo morirá en 40 años por el cambio climático», según un estudio de investigadores del CSIC, que culpan al calentamiento del agua superficial del mar, lo cual dará por resultado la muerte paulatina de estas plantas. Y si es por esta causa, ya podemos extrapolar otros daños: los corales irán muriendo y numerosas especies que hoy pueblan nuestro mar, al tiempo que irán penetrando especies resistentes que se irán convirtiendo en plagas.
Por supuesto, las medusas harán impracticables las aguas. Es decir, estamos ante el fin de nuestro mundo tal y como lo conocemos. Cuando uno lee esto, está tentado a sumarse a los huestes de los epicúreos medievales que cantaban a los placeres de la carne, rodeados de la mortandad de la Peste. Carpe Diem. Aprovechemos mientras vivamos, etc.
¿Qué ocurre? Que la propia Naturaleza tiene muchos mecanismos de recuperación y de... venganza. Creo que hoy debemos cuidar nuestras acciones, modificar en lo que podamos nuestra conducta, sin caer en papanatismos, dando por sentado que una cosa es cierta: Todo el Planeta va directo a un gran colapso de recursos naturales. Si los hombres (uy, perdón, y las mujeres) somos capaces de corregir nuestra conducta, quizás nos salvemos. Yo creo que sí, pero es que yo soy optimista por profesión y nunca terminaría un artículo anunciando el fin del mundo.