miércoles, agosto 01, 2012

Vivimos en las playas



A misa van poco, paseando y comprando por las ciudades no se ve apenas a nadie, en el gimnasio o en los campos de tenis no están ni se les espera. Pero entonces, pregunta uno: ¿dónde se meten los turistas? Los turistas están recluidos, como en un campo de prisioneros, y desgraciado del que pretenda escaparse de los maléficos poderes de las guías. Un campo de concentración donde se reúnen los interfectos que a menudo son tatuados con un sello o señalados con una pulserita. Son los turistas del ´todo incluido´.
Pero los que no van incluidos en el lote cada vez mayor de hoteles que venden estos paquetes turísticos se quedan en las playas. Están en las playas o lo que queda de ellas. Ya sabemos dónde están.

Los pocos reductos que todavía pudieran haberse utilizado por los residentes en la isla ya han sido ocupados por entramados, escenarios y tramoyas que van a albergar la fiestecita de turno o el beach party o lo que diablos sea. Con esta filosofía turística (si lo de los dj es cultura, como dijo el concejal de San José, el estudio de las hamacas es filosofía) hemos conseguido dos cosas complementarias de un sólo disparo: cargarnos las playas o lo que quede de ellas y cargarnos la vida comercial, el ambiente de las ciudades.

En las playas transcurre todo, desde el bautismo a la confirmación, el matrimonio y la muerte. Ya se puede poner nailas la policía nacional o como se llame ahora. Las fuerzas del orden todas en chanclas. No vas a ir con las botas de nieve sobre las arenas donde los narcoturistas se lo pasan pipa y alucinan por un tubo. Y al respective, idem para los de la Cruz Roja o los de la Media Luna: de blanco satén y descalzos o en nailas de lona. En las ciudades se oirán los gemidos y el crujir de dientes de los restaurantes y de las tiendas. La oferta complementaria saltará todavía más por los aires y si en Ibiza queda algún euro, acabará en la saca de algún kioskero del Opus Dei. Y del mismo de siempre, que ahora ha adoptado la táctica artera de la zorra, la de matarlas callando.

Si queda algún petate de doblones o de euros en Ibiza será cuestión de celebrarlo, pues será milagro o aún más, misterio. A Ibiza ya no llega un céntimo o centavo como dicen los useños. Todo se paga fuera, y si por un descuido a alguien se le ocurriera sacar un billete, pueden estar seguros que no saldrá del circuito cuadriculado por nuestros cuestionables políticos: discoteca, kiosco, beach party. Sin duda se escabullirá alguna moneda que acabara en la faltriquera o en el canut de algún taxista, corsario o pirata, da igual. Pero pocas, pardiez. Estos serán los mismos que se quejarán un día tras otro de la falta de limpieza y de que no les limpian las playas a tiempo, porque las facturas, siguiendo una vieja tradición hispánica, sólo las pagan los paganos, los contribuyentes, como su propio nombre indica. 
En Ibiza se han tolerado (sólo a algunos, el caciquismo sigue boyante) las mayores barbaridades perpetradas, con la excusa de que sólo duran dos meses. Pero no dicen que sólo las soportan los que van atiborrados de pastillas.