sábado, agosto 25, 2012

Guerra y paz en Corona


Foto vía Ibiza-Blog


Corona en el meu record. Memòria d'una altra Eivissa, de Pepita Brullas Tarragó y Vicent Marí Costa (coordinador) es un documento de tipo memorialístico y periodístico que ha editado Mediterrània. Lleva un emotivo prólogo de Neus Torres Costa.

En 1935 comienza la historia, en un año en que vinieron muchos viajeros, en gran parte, gente que estando en Mallorca fue avisada para no caer por la isla de Ibiza, donde habitaba una gente salvaje, que usaba cuchillas con facilidad y que vivía con cientos de años de retraso. Así nos trataban o nos consideraban los mallorquines, en general. De hecho, no les faltaba razón en algunas cosas. Cuando el matrimonio Brullas atraca en Ibiza, llevan con ellos a su hijo, 11 años, y a su hija de 9. Será ésta, Pepita Brullas Tarragó, quien nos cuente la historia.

En principio llegan a Vila, pero buscan un taxista valiente que les suba por el camino de carro hasta Santa Inés o Corona (¿llamado así por el rosario de montañas que coronan el valle repleto de almendros?). Su sorpresa es mayúscula cuando se encuentran con unos habitantes próximos, afectuosos, que se desviven para que aquella familia catalana pase unos días felices. La generosidad fenicia, mediterránea les desarma, de tal forma que quedarán prendados y decididos a compartir sus vidas. Aquella familia catalana es cristiana, católica, que practica la caridad y quedan asombrados del comportamiento de los fenicios milenarios.

También existen catalanes modestos que no van por la vida corrigiendo e interpolando con sus pesados ´vull dir´, ´això es diu així´ y con aires de impostada superioridad. Los Brullas sacan fotos de todo, aprenden de un mundo arcaico y novedoso, las costumbres (pesca, cocina, sa vetlada, matanzas, etc.) y las distancias.

El año siguiente, 1936, volvían a estar en Ibiza cuando se enteran con varios días de retraso de que los rojos han desembarcado y que están haciendo mucho daño, saqueando y, lo que es peor para aquella familia cristiana, robando las piezas de valor y quemando retablos, mobiliario y asesinando a los sacerdotes. Pepita Tarragó parece que tuvo una gran ascendencia para salvar al párroco de Santa Inés: lo vistieron de paisano y lo escondieron, así como todas aquellas piezas sagradas que pudieron enterrar apresuradamente en un pajar que caía a desmano.

Como María Teresa León en Ibiza, la brava catalana se enfrentó a los milicianos sedientos de sangre y de fuego, aconsejándoles que no quemaran nada. Su diatriba surtió efecto, pero al día siguiente volvieron y dejaron el maderamen de la iglesia convertido en plena tea encendida.
Su admirable actitud, su rectitud, su solidaridad con los coroners tiene un episodio oscuro que no queda claro en estas memorias: la destrucción parcial de la maravillosa cueva S'Avenc des Pouàs (más adelante sería excavada por los paleontólogos), ubicada en una finca que adquirieron.

La propia Pepita probablemente ignore siempre lo que pasó, pero sigue en línea con la aciaga conducta de algunos catalanes a la hora de meter sus manos en nuestra arqueología: temprano empezó Santiago Rusiñol a escarbar a lo bestia en es Puig des Molins, con ayuda de algunos ´prohombres´ ibicencos, todo hay que decirlo; más adelante, la cueva de Tanit en es Cuieram probó la dinamita, según mis informes gracias a un catalán que usaba un nombre aristocrático. Etc.
Comprenderán que haya disfrutado de un ameno viaje en barco. Acabé el libro en el tren. Si les gusta saber cosas de Ibiza se lo recomiendo, pero solo está editado en catalán.