sábado, febrero 25, 2012

Las batallitas del abuelo


La inteligente y hermosa vicepresidenta del Gobierno de España, Soraya Sáenz de Santamaría, respondíó a las insultantes palabras de Mas (ya saben, las «rayas rojas») con una confianzuda explicación: el Ejecutivo del PP apuesta por un bilingüismo «integrador y equilibrado» en aquellas comunidades autónomas que cuentan con lengua cooficial, tanto en el ámbito institucional como en el educativo.

Me gustan estas palabras conciliadoras, aunque son muchos los militantes del PP que no perdonan a Convergència i Unió aquellas maniobras para sacar al Partido Popular de la democracia española con un deleznable Pacte del Tinell (en Catalonia) y un ignominioso cordón sanitario entre la progredumbre mesetaria. Conductas totalitarias que no conviene olvidar nunca.

Pero bueno, si Soraya es feliz así al referirse a Galicia, Vascongadas, Catalonia, Valencia y Baleares yo también soy feliz. ¿Por qué hacerse mala sangre en un tema que está más claro que el agua y precisamente en un momento donde la mayoritaria mayoría de toda España (sumen UPyD y PP, por ejemplo) ha sido puesta en el poder por los votos de los españoles?

Por lo visto, en cuestiones identitarias, nacionalistas, sociales y culturales es muy importante la actitud, el talante. Precisamente, por no haber tenido un talante dialogante, equilibrado e integrador, los catalanistas sacaron el español de las aulas y todavía hoy no se pierde ocasión de perseguirlo y de discriminarlo con saña, hasta extremos patéticos y ridículos. Suelo publicar ejemplos semanalmente en mi blog Ibiza Digital, aunque intuyo que estos temas interesan poco a muy pocos y que aburren de una manera atroz.

Si los catalanistas de Baleares hubieran aplicado la ley de Normalización Lingüística con equilibrio, buena fe y equidad, hoy no estaríamos obligados a cambiar la Ley de la Función Pública, piedra angular a partir de la cual, el castellano recuperará el papel constitucional que le corresponde como lengua oficial en toda España. Ahora se quejan.

¿Qué digo, se quejan? Parece que ha llegado La fi del món, el Apocalipsis, la Guerra de las Galaxias. Quiá. Es una pose. No pasa de una simple y tímida tos de algunos que ya van (vamos) para abuelos. Repiten casi los mismos argumentos que yo (y muy pocos más) esgrimí en 1972 en las páginas del Diario para defender el derecho del catalán a ser enseñado y publicado. Lo mismo sigo defendiendo, pero... ¡también para el castellano! Que los hunos no prohiban a los hotros, como diría aquel protomártir de la España envilecida llamado Miguel de Unamuno.

No es «la agresión más grave contra el catalán» como ha dicho Gent per Formentera; los mismos que bien callaban cuando Franco estaba vivo no nos achaquen complicidades ni cobardías a quienes defendemos ambas lenguas; que nadie confunda el patriotismo español con un nacionalismo español, pues no se excluye ni se prohíbe a nadie, como ocurre en los idílicos oasis vasco-galaico-carolingio; es absurdo hablar de catalanofobia cuando los únicos que proscriben un idioma -el español o castellano- son las comunidades con lenguas regionales.

En fin, no añadáis razonamientos absurdos a lo que ha sido una conducta abusiva y, a ojos de hoy, injustificable. Así que lecciones de ética y de principios las menos posibles.