Expectativas ante el futuro. ¿Existen otras que no sean trabajar durante el verano y procurar pasar el invierno cobrando el paro? Que conste que conseguir esta actividad supone llegar a un alto estadio en la evolución animal –y a estos efectos los humanos somos del reino animal, muy animal–, solo comparable a la festiva temporada veraniega del oso, que recarga calorías y cuando llega el invierno se refugia en su osera para hibernar.
¿Y a nivel más colectivo? Seguirá un crecimiento especulativo. Cuando se miran las cifras de población y la evolución de crecimiento, uno queda un poco espantado. Más o menos coinciden con la energía eléctrica consumida.
«La energía eléctrica facturada en las Pitiusas se ha incrementado un 127% entre 1997 y 2009», decía el Diario del 23 de agosto de 2010. Cuando llegó el gran tajo de la crisis (tan estúpidamente negada por el Gobierno), en 2007, el consumo de Ibiza sufrió un ligero descenso, empezó por San Juan y después siguió en el resto de municipios. En la isla de Ibiza aumentó notablemente la alta tensión y en Formentera, la de uso doméstico.
Una forma implacable de controlar al ciudadano es seguirle la pista a través del consumo de agua (no tanto) y el de energía eléctrica (mucho más). Con esto pueden conocerse bastante bien los pasos del contribuyente, de manera que el día en que se decidan a controlar los alquileres, turísticos o no, lo tienen bastante fácil. Esto es un método pedestre pero eficaz que utiliza Hacienda no pocas veces.
Los crecimientos de Ibiza en los últimos lustros han sido demenciales, de locos. Todavía no podemos calibrar las consecuencias que puede tener a largo plazo, pero es fácil deducir que el consumo de energía seguirá creciendo a un ritmo notable.
Incluso la energía para el transporte. Ibiza está condenada al coche, es una garden city, diseñada caóticamente en horizontal y dispersa en su urbanismo incalificable. Que nadie se extrañe del alto consumo de vehículo propio, simplemente mucha gente no puede usar el autobús porque el sistema de líneas no es operativo.
«Un estudio constata que solo tres de cada cien ibicencos utilizan el transporte público», decía el Diario en diciembre de 2009. Lógico. Normal. Confieso que soy un usuario de autobús y taxi, desde que decidí desprenderme del coche y de otras cosas que no me hacen ninguna falta. Yo lo usaría mucho más a menudo, pero me ocurre lo que destaca el estudio que encargó el Consell Insular: falta de frecuencias y trayectos impensables. Pero en verano es bastante aceptable, hay 45 líneas en servicio, las cuales permiten desplazar a 390.000 personas al día. O sea, podrían mover de sitio en un solo día a todos los habitantes de la isla. Sin contar los autobuses de servicio discrecional para uso de agencias y operadores.
Sin embargo, la dispersión de las casas ibicencas disuade del uso del autobús. Tendríamos que usarlo más. A más autobuses, menos coches y los vehículos son una plaga que irá en aumento.
¿Expectativas? Si una hecatombe europea no cambia nuestro destino, tenemos un futuro lleno de crecimiento. No sé si esto significará riqueza, para mí que no. Y un futuro lleno de ceremonias de la confusión política, con más impuestos y más cargas.