Hace ya dos años que escribí un artículo alertando sobre los síntomas: En Ibiza se quejan hasta los animales y ellos nos avisan de la pérdida de calidad de vida. Por ejemplo, las gallinas ponen menos huevos, las abejas deciden suicidarse y cada vez hay menos erizos y pájaros.
Bueno, pues aviso, como se acabe el pollo, me mudo de planeta, me apeo ahora mismo. ¿Qué haría yo sin el pollo y sin los huevos?
Son un invento formidable, una droga adictiva cargada de proteínas y algunas vitaminas que ha sacado del hambre a millones de personas, como ocurrió en el siglo XVI con las patatas que nos llegaron de América.
Mire, puede tener una casa sin mayoral, sin esposa o marido, sin caballo, sin carros, energía eléctrica, sin hijos o abuelos, sin vaca, pero en ningún lugar del mundo encontrará una casa sin su gallina, una o varias. Si alguna vez va al Cielo, cosa que le deseo, verá enseguida que San Pedro está rodeado de gallinas, perdices, codornices y urogallos. Son para decorar, le dirá el antiguo y astuto pescador. Qué va, pura gula, puro placer de dioses, pero no se lo admitirán.
Yo les debo la vida a los erizos –lo he contado antes– pero, en propiedad, se la debo también a las gallinas, al pollo y a los huevos. Ay, amigo, el corral era la nevera del payés, la despensa preciada del payés. Hasta que llegó su hora, la luz eléctrica, el turismo, el coche y los frigoríficos y el pollo empezó a tragar esteroides, hormonas o lo que quiera el diablo. Es por eso que el atrabiliario Evo Morales consoló a los bolivianos muertos de hambre, no los comáis, dijo, que amariconan y crecen las teticas de los hombres.
Puede que sea cierto, pero es barato y a mí –sobre todo los huevos fritos– me han sacado mucha hambre de urgencia. Pero es verdad que están hormonados. Yo tuve que dejar la crítica de arte y de ir a París, porque ya tenía un buen par de tetas. Era la envidia del barrio. Y cuando me di cuenta ya era demasiado tarde.
Y os preguntareis por qué. Bueno, después de mis muchos años de estudiante y de vivir solo disfrutando de las delicias del pollo hormonado, descubrí a comienzos de los 80 la ciudad de París, que es una federación de ciudades, mil en una. No acabas de descubrirla jamás. Pero los artistas siempre te ponen pollo en el menú.
Estudiante, soltero, y muchos artistas. Los artistas solemos ser pobres, pero tenemos imaginación, de manera que si quieres saber algo sobre recetas increíbles sobre pollo pregúntale a un pintor o a una escultora: con poco dinero y una salsita consigues apañar un plato deslumbrante. Y encima el arroz hervido.
Por vivir en Ibiza, tierra de artistas y por ir mucho a París, ciudad de artistas, mi cuerpo tuvo el placer de aligerar muchos platos de pollo, presentado bajo mil recetas.
Pollo, bonito, barato y resultón. El resultado fue un hermoso par de tetas. Así que a partir de los 90 comencé a descubrir las verduras y el vacuno, me ejercité los pectorales para destetarme y en caso de una encerrona en forma de un plato de apetitoso pollo siempre dejaba la piel aparte, que acumula las toxinas.
No quiero añadir nada más, el pollo, los huevos, la gallina, merecen un homenaje.
Bueno, pues aviso, como se acabe el pollo, me mudo de planeta, me apeo ahora mismo. ¿Qué haría yo sin el pollo y sin los huevos?
Son un invento formidable, una droga adictiva cargada de proteínas y algunas vitaminas que ha sacado del hambre a millones de personas, como ocurrió en el siglo XVI con las patatas que nos llegaron de América.
Mire, puede tener una casa sin mayoral, sin esposa o marido, sin caballo, sin carros, energía eléctrica, sin hijos o abuelos, sin vaca, pero en ningún lugar del mundo encontrará una casa sin su gallina, una o varias. Si alguna vez va al Cielo, cosa que le deseo, verá enseguida que San Pedro está rodeado de gallinas, perdices, codornices y urogallos. Son para decorar, le dirá el antiguo y astuto pescador. Qué va, pura gula, puro placer de dioses, pero no se lo admitirán.
Yo les debo la vida a los erizos –lo he contado antes– pero, en propiedad, se la debo también a las gallinas, al pollo y a los huevos. Ay, amigo, el corral era la nevera del payés, la despensa preciada del payés. Hasta que llegó su hora, la luz eléctrica, el turismo, el coche y los frigoríficos y el pollo empezó a tragar esteroides, hormonas o lo que quiera el diablo. Es por eso que el atrabiliario Evo Morales consoló a los bolivianos muertos de hambre, no los comáis, dijo, que amariconan y crecen las teticas de los hombres.
Puede que sea cierto, pero es barato y a mí –sobre todo los huevos fritos– me han sacado mucha hambre de urgencia. Pero es verdad que están hormonados. Yo tuve que dejar la crítica de arte y de ir a París, porque ya tenía un buen par de tetas. Era la envidia del barrio. Y cuando me di cuenta ya era demasiado tarde.
Y os preguntareis por qué. Bueno, después de mis muchos años de estudiante y de vivir solo disfrutando de las delicias del pollo hormonado, descubrí a comienzos de los 80 la ciudad de París, que es una federación de ciudades, mil en una. No acabas de descubrirla jamás. Pero los artistas siempre te ponen pollo en el menú.
Estudiante, soltero, y muchos artistas. Los artistas solemos ser pobres, pero tenemos imaginación, de manera que si quieres saber algo sobre recetas increíbles sobre pollo pregúntale a un pintor o a una escultora: con poco dinero y una salsita consigues apañar un plato deslumbrante. Y encima el arroz hervido.
Por vivir en Ibiza, tierra de artistas y por ir mucho a París, ciudad de artistas, mi cuerpo tuvo el placer de aligerar muchos platos de pollo, presentado bajo mil recetas.
Pollo, bonito, barato y resultón. El resultado fue un hermoso par de tetas. Así que a partir de los 90 comencé a descubrir las verduras y el vacuno, me ejercité los pectorales para destetarme y en caso de una encerrona en forma de un plato de apetitoso pollo siempre dejaba la piel aparte, que acumula las toxinas.
No quiero añadir nada más, el pollo, los huevos, la gallina, merecen un homenaje.