miércoles, marzo 19, 2014

Los globitos de la muerte

Ibiza suele estar considerada como un laboratorio donde se testan los efectos de nuevas drogas o de nuevas combinaciones lúdicas en productos ya conocidos. No es cosa de la isla ni es cosa de los ibicencos: los turistas se traen la muerte puesta. Y digo la muerte, a sabiendas de que en la mayor parte de las veces no ocurre nada, salvo que te timan unos cuantos billetes. Pero a veces sí que ocurre. Hay que ser muy iluso –y el mundo está lleno– pero ofrecerse de conejillo de indias ¡y encima pagar! Ocurre todos los años en esta isla de locas y de locos. Pero que sepan que Ibiza no es un limbo legal donde todo está permitido. Varias decenas (no sé si centenares) de ingleses y de otros extranjeros han de hacer frente a juicios, cárcel y fuertes multas cuando llega el invierno. Y el invierno siempre llega.
El último disparate es el óxido nitroso, el gas de la risa. En algunos bares lo venden encapsulado, mejor dicho, englobado y se aspira hasta conseguir el efecto deseado. Pero a veces hay sorpresas. Es peligroso. La consejería de Salud y Consumo del Gobierno balear, por boca de Rafael Santiso, ha advertido que las multas por comercializar o suministrar esta sustancia alcanzan los 24.000 euros y pueden llegar a los 600.000. Sí, cien millones de pesetas. No compensa la risita, amigas.
Su uso no es muy generalizado, pero se ha detectado en Calviá (Mallorca) y San Antonio (Ibiza). Si alguien cree que es una broma, allá él. Están avisados.
Pero por muchos avisos que se den, cada temporada caen como moscas algunos turistas descuidados cuando alguien desconocido les facilita una pastilla o un licor no identificado. Ocurre con el estramonio. ¿A quién se le ocurre beberlo? Pues casi cada año pican unos cuantos desgraciados. Ocurre con la ketamina, la anestesia para caballos. En fin, una imprudencia poco feliz si acaba bien; una imprudencia aciaga si acaba mal. Y a veces ocurre.
El N2O, óxido nitroso, gas de la risa, es muy volátil. Lo descubrió Priestley en 1776 y al principio se dispensaba en circos para producir estados pasajeros de hilaridad, hasta que en 1844 se empieza a darle un uso como anestésico, descubierto por casualidad: un asistente al circo tropezó y se dañó una pierna sin mostrar signos de dolor. Lo contempló muy extrañado un dentista presente, que no tardó en extraer muelas a enfermos previamente tratados con el óxido. El dentista era Horacio Wells, al que siguieron otros que investigaron las dosis de éste y los usos de otros gases como anestesia. Jugar con las anestesias no parece muy prudente. Incluso su utilización en casos quirúrgicos o partos está muy reglamentada, por razones comprensibles. Ahora además puede costarte un ojo de la cara. En estos momentos vale la pena recordar que la sonrisa y la risa es un don maravilloso muy repartido en el mundo. Y es gratis.