sábado, septiembre 17, 2011

Un verano agridulce


Desde mediados de agosto voy recortando (y/o archivando en carpetas en mi ordenador) todas las informaciones que hacen balance sobre el año turístico. En el Planeta, en Europa, en España y, por supuestísimo, en Ibiza.

Parece que en la redacción del Diario cunde el mismo espíritu escrutador, connatural en todo periodista que pretenda avanzar un poco más allá en el conocimiento de la sociedad que nos rodea, pero también por un motivo más inmediato e intranquilizante: estamos viviendo en Ibiza unos años tumultuosos que están provocando cambios muy profundos ante nuestras propias narices.

El buen periodista ha de ser capaz de tomar conciencia de estos cambios y formalizarlos, ponarlos al alcance de la sociedad y hacerlos comprensibles.

Hogaño, el Diario publica casi a diario páginas enteras que intentan explicarnos y explicarse qué demonios ha pasado en este año tan violento, tan abrupto y tan ingrato.

¿Conseguiremos explicarnos y entender lo que nos ocurre? Yo me atrevería a decir que sí, pero a finales de año y a comienzos de 2012 (que será mucho peor que este, según diversas fuentes) dispondremos de muchos más datos.

Este verano agridulce no nos ha hecho más ricos, no nos ha hecho mejores ni ha consolidado nada memorable, según mi subjetiva estimación.
De momento, nos vale saber que ha habido aumentos sustanciales de población, de turistas y de visitantes gaviota (y no pocos buitres), que son estos jovenzuelos que aterrizan para trabajar en junio sin más bagaje cultural ni económico que alguna parte de su cuerpo o de su cuerpo entero. No solo se alquilan puños.

Ha habido un mayor consumo de energía (considerando el sesgo que supone la inexistencia de industra ladrillera, camiones, etc.), aumento de turistas, aumento de emergencias, de intervenciones sanitarias, de taxistas ´pirata´ –algunos tan poco tranquilizadores como el polaco asesino.
Pero si será agridulce la sensación que nos embarga que, a pesar del subidón, aquí apenas se han creado más empleos, apenas se han subido precios hoteleros. Es como si el sistema de nuestro motor hubiera entrado en crisis, anunciando un colapso que, de todas formas, ya lleva lustros anunciado.

Siempre se dice y ahora lo acaba de decir nuestro presidente Bauzá, en quien tenemos depositadas tantas esperanzas (¡qué remedio!): «Baleares necesita una reforma turística». Pero una sombra de pesimismo se asoma apenas pronunciada la frase.

Baleares dispone de un equipamiento turístico fenomenal, no existe en todo el mundo nada parecido. Y el modelo ha funcionado durante más de cinco décadas. No creo ya en reformas, aunque a buen seguro éstas llegarán y serán profundas (estoy pensando en los hoteles obsoletos de Balares y en un exceso de oferta en apartamentos de baja calidad). En Baleares hablamos de reformas, pero en realidad nunca las emprendemos.

Ibiza no puede cambiar de modelo sol-y-playa, porque lo poco que se ha intentado no ha funcionado. El turismo lúdico nocturno está acabando con la isla, con el turismo normal, mucho más apetecible. Los campos de golf que abundan en toda la costa española no han atraído un turismo capaz de paliar la crisis. Sin embargo sabemos que algo va a cambiar en Ibiza, quizás por el triste hecho de que así no se puede seguir.

Sobra mucha gente poco cualificada, la construción nunca más regresará con el furor de antaño y la temporada queda ceñida a dos meses muy fuertes. Nos esperan unos meses apasionantes, pero poco gratificantes.