miércoles, septiembre 15, 2010

Animar el bosque para salvar Ibiza



Wenceslao Fernández Flórez fue un narrador gallego, autor de unos cuarenta libros. Como nació en 1885 en La Coruña puede decirse que vivió la parte más creativa de su vida bajo el franquismo, lo cual no le impidió desarrollar un demostrado talento y unas dotes de humor y para la sátira dignas de elogio. Una de sus obras, no precisamente de las más conocidas, es 'El bosque animado', de la cual se han hecho al menos tres adaptaciones para el cine. Memorable en mi opinión la de José Luis Cuerda (1987) con ayuda del zumbón Rafael Azcona. Cada vez que pienso en los bosques de mi infancia me viene a la memoria esta película, con sus personajes entrañables, pobres, ricos, desalmados, pícaros, agricultores, comadronas, niños... toda la vida transcurría cerca y dentro de los bosques. Ni siquiera eran temibles en nuestra infancia, más bien acogedores, eso sí tomando las prevenciones necesarias para no perderse o mejor para no desorientarse. La novela es tierna, es amable y es triste quizás porque la escribió en 1943 en unos años atroces donde –en Ibiza y en toda España– se llegó a pasar hambre.
Recuerdo al pobre Alfredo Landa, cansado de ser bueno, que decide convertirse en un salteador, Fendetiestas, pero no lo consigue porque todo el mundo le reconoce, le riñe y le da una limosna o algo parecido. Pero ¿cuál es el trasfondo que me quedó grabado? Eso, que el bosque estaba vivo porque estaba habitado, y ahora me refiero a Ibiza. No sólo daba cobijo a toda suerte de pájaros, sino a las ginetas, las martas, las liebres (y algún conejo doméstico asilvestrado), perdices, erizos, cabras, gatos, perros y un sinfín de lagartijas y otros bichejos.
Los bosques de Ibiza no sufrían incendios y paradójicamente del bosque sobresalían fumarolas, porque estaban habitados en una medida humana, por caminantes y carros que acarreaban leña o carbón, o simplemente iban de paso de una casa a la otra. El bosque era de propiedad privada pero en cualquier caso era de uso público. No me consta que el dueño negara que un payés se hiciera una sitja (silo de carbón vegetal) para su uso o incluso vendiendo el sobrante. Es posible que el dueño se alegrara de que alguien esponjara un poco tanta vegetación.
No es que unas decenas de payeses haciendo carbón vayan a salvar ahora a la isla, ni tampoco unos rebaños de cien cabras. Pero por ahí está la solución, una de tantas soluciones. Y ello es así porque el bosque es generoso y estas cantidades colosales de biomasa podrían rentabilizarse, creando cientos y quizás miles de puestos de trabajo. Ya sé que no es lo mismo que trabajar de guapo en una discoteca, pero a la larga sería más divertido y más productivo para todos.
Me refiero por una parte a talar la madera y organizar una estructura para conseguir carbón de pino, pero por otra usar directamente la biomasa residual seca para conseguir energía. No hace falta lanzarse como locos ahora a encargar informes millonarios, para darse cuenta de que Ibiza no tiene pozos de petróleo, pero tiene montañas enteras llenas de masa vegetal que es energía pura.
¿He dicho mil empleos creados desde la nada? Pueden multiplicarlo por dos si se consiguiera cerrar el ciclo, es decir, reforestar, cortar y reconvertir. Por ejemplo.