sábado, septiembre 05, 2009

Estoy por casa


Al mallorquín que sale fino échale un galgo. Siempre me acuerdo de un amigo que vivía sobriamente de rentas y nada le molestaba más que le hablaran de dinero o que indagaran sobre su horario.
Los amigos sabían eso y casi siempre en forma de saludo inventaban las mil formas de preguntarle: «Bien, y ¿ahora en qué trabajas?». La respuesta del mallorquín siempre era la misma: «Poca cosa, estic per canostra…»
Suelo leer el Diario de Ibiza durante todo el verano a 25 grados de temperatura. He tenido que esperar casi cinco décadas para conseguirlo y eso es algo que se aproxima a la felicidad. Más tarde sube el calor, me cambio de sitio, tomo una novela de humor, miro archivo o leo otras cosas en Internet, en Facebook, colocando siempre un ventilador detrás para que aleje los aires recalentados y tóxicos que el ordenador va expulsando.
Estoy por casa.
No aspiro a grandes cosas, es decir, ya no quiero cambiar el mundo: sólo intento que el mundo no me cambie a mí, lo cual me trae bastantes problemas porque si quien te quiere cambiar es una organización nacionalista o una secta yo procuro con todas mis fuerzas resistirme. Y eso les cabrea.
En realidad todavía soy tierno. Debiera doblegarme como un junco y no romperme, dar la razón a estos disparatados catalanistas, ciegos por el dinero y el poder, y dejarme de más películas. Darles la razón. Pero ¿para qué quieren la razón estos personajes si no saben lo qué es y por lo tanto no la usan ni conocen el manual de instrucciones?
No se conforman con ganar casi dos millones de pesetas al mes, ocupar la prensa, la enseñanza, las editoriales: quieren hundir a quien piensa modestamente diferente. Bueno, lo de modestamente es imposible, por lo tanto, lo retiro.
Acabo de leer una noticia que parece dictada por un periódico subvencionado catalán (en realidad lo son todos los de Cataluña, los que no, ya han quebrado). Dice: «Un hipnotizador surcoreano fue condenado este miércoles a pagar 3 millones de wones (1.700 euros) por besar a una mujer, con la que mantenía una cita a ciegas, tras creer que estaba en trance.»
¿No es asombroso? Y no vive en la Cataluña del CAC –la que censura los contenidos de los medios de comunicación, cosa que yo sólo viví en tiempos de Franco– sino en Corea.
A mí me pasó casi lo mismo, hace ya muchos lustros, pero fue a la inversa: una inglesa se sintió impelida a besarme por algún motivo que no me explico y lo hizo de tal modo, al ritmo preciso, con la calma necesaria, que me dejó desvencijado. El pobre Mariano no regía: quedó hipnotizado. No la denuncié, claro. Me pasé todo el verano buscando a Susan desesperadamente, pero nunca apareció.