Ya en los años 80 pudimos darnos cuenta del calado profundo del fenómeno: el crecimiento de Ibiza había tomado una dinámica peligrosa por lo vertiginosa. Estos crecimientos son anómalos y en un ámbito espacial como Ibiza, sin preparación alguna o muy débil en servicios sociales e infraestructuras, nos confirmaron lo que ya sabíamos: la isla se estaba transformando en un lugar inhabitable, inhóspito, duro y cada vez más caro.
Al principio fue una impresión y nadie quiso enterarse de que este caos no era debido a un turismo temporal, por otra parte perfectamente reglado, identificado y con servicios muy pasables, a pesar del nivel de desatención presupuestaria.
Ibiza siempre ha estado minusvalorada, subprotegida y jamás financiada en la justa proporción.
Hemos aportado mucho dinero a las arcas del Estado y en cambio hemos recibido ínfimas cantidades, tanto si nos comparamos como en valores absolutos.
Fue en los años 80 ya avanzados cuando nos dimos cuenta de que otra corriente estaba invadiendo la isla. No se trataba del turista identificado, tradicional, que en definitiva venía aportando remesas de capital.
La inmigración se añadía a la complejidad de nuestra realidad social y económica.
El torrente migratorio no era todavía preocupante. Siguió el flujo migratorio interior, los españoles se asentaban cada vez mas en la isla y el fenómeno se consolidaría después de 1986. Lo que nadie esperaba era el creciente número de marroquíes y de sudamericanos, aparte de los ya conocidos alemanes y británicos.
La población de Ibiza comenzó a hincharse peligrosamente en los 80 y siguió el proceso alocadamente ya entrados en los años 90.
Ibiza ha sabido convivir perfectamente con los extranjeros americanos y europeos, que han aceptado Ibiza como un regalo a la benevolencia y a la tolerancia. Lo que no parece tan sencillo con la avalancha de musulmanes, con una cultura muy distinta y con ganas de imponer otras costumbres y religión.
El fenómeno encontrará a otros que lo expliquen mejor que yo, pero es de constatar el entusiasmo con que se acogió a magrebíes –sobre todo marroquíes– como mano de obra que venía a suplir las carencias de albañiles españoles.
El boom en Ibiza no ha sido sólo de ladrillos y de apartamentos, sino un boom inmigratorio que todavía no hemos empezado a digerir y con el que no sabemos cómo lidiar.
Precisamente fue en los años 80 cuando algunos urbanistas expresaban su temor a los problemas que sobresaldrían en Ibiza y Formentera cuando llegáramos a los 100.000 habitantes. Yo ahora expreso los míos cuando lleguemos a los 500.000 y eso es algo que ocurrirá más pronto que tarde. Seguiremos explicando el proceso.