sábado, abril 10, 2010

Ibicencos sin fronteras y otras cosas


Hay organizaciones que son totalmente dependientes del dinero que les vayan suministrando los gobiernos, y como no podía ser menos, son las ONG o sea las Organizaciones No Gubernamentales. Aquí el nombre no hace la cosa.
Y se quejan de que el Govern balear y el Consell de Ibiza (no sé el de Formentera) les hayan reducido las ayudas. No sé, pero hace muchos años que pienso que habría que inventarse una ONG para dedicarse a ayudar a los pobres ibicencos, que de tan buenos cada año hacemos el esfuerzo de atiborrarnos de paella y de fritanga con tal de ayudar al Tercer Mundo.
«La crisis no puede ser la excusa para ser insolidario». La excusa es que estamos sin trabajo ni perspectivas. Podría ser una buena excusa para replantearnos los fastuosos gastos de los políticos en su totalidad y en sus mil maneras.
Yo creo que vamos mucho mejor de caridad que de lecturas. Parece que cada vez se lee menos y que regresamos a aquellos áridos años de principios de los 70, cuando si veías a alguien leyendo un libro seguro que era un extranjero, un turista o un hippy metafísico. La población pitiusa es la menos aficionada a la lectura de todas las Baleares, según los estudios de la fundación Gadeso: sólo el 58 por ciento de la población pitiusa es aficionada a la lectura (Diario de Ibiza del 6 de marzo). No me creo los resultados de esta muestra. Son muchísimos menos.
Pero sí que me creo que el 94,4 por ciento de los consultados en nuestro archipiélago tiene el castellano como idioma habitual de lectura, pero no creo en la explicación, «porque hay más oferta». Oferta ahora mismo hay más en catalán, pero la gente se ha echado atrás y se está cumpliendo una predicción que hicimos muchos (yo entre ellos) hace al menos dos lustros: el catalán será conocido por una inmensa minoría, pero apenas se utilizará, en un proceso que llamamos latinización. Por mucho dinero que inviertan, por mucho papel que impriman, por muchos premios que repartan y por muchos escritores (presuntos) que fomenten, la gente se ha volcado con el castellano, y lo comprendo perfectamente.
Es como si muchos ibicencos se hubieran cansado de este monótono ritmo de inmersión y hubieran adoptado el título de un excelente libro de memorias de Robert Graves, que acaba de reeditarse: ´Adiós a todo eso´.
Es lo que hizo Graves: echar los malos humos británicos por la borda y se limpió el musgo anglosajón para aterrizar en Mallorca.
Otro prosista mallorquín que me gusta es José Carlos Llop, que acaba de publicar ´En la ciudad sumergida´, una especie de memorias en sus llocs viscuts, como diría Mariano Villangómez. Hay autores que emplean la tramoya topográfica como escenario para explicarse a sí mismos, como en el caso de Woody Allen, escritor y cineasta, y su irrenunciable idilio con Nueva York. Algo parecido les pasó al poeta Cavafis con su Alejandría egipcia, un paradigma del mediterráneo histórico y soñado, o a Pamuk con su Estambul.
Llop ya es demasiado viejo para caer en la trampa sobre la guerra de las lenguas, y en una entrevista dice algo que es difícil no suscribir: «No me gusta que se identifique lengua con cultura y ésta con nación: es una falacia».