miércoles, octubre 21, 2009

Barry Flanagan o la velocidad congelada



La exposición en el Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza, allá por 1998, tuvo mucho éxito. La obra del desaparecido Barry Flanagan siempre deslumbra y ello es así probablemente porque conseguía armonizar conceptos antitéticos que repugnan la razón.
Él sabía perfectamente que la percepción visual cala más hondo cuando conmueve en vez de mover a la reflexión.
No en vano se dice que las motivaciones del arte y del artista caben mejor en el terreno visceral de las emociones. Claro que hay toda una escuela o grupo de artistas que parten del racionalismo y han dado movimientos como el constructivismo o el minimal. Pero la vibración sensual, la experiencia emocional estética jamás ha podido ser sustituida ni suplantada. Permanece ahí inseparable de las reglas de la percepción y de la condición humana.
Lo primero que llama la atención de las liebres bailarinas de Barry Flanagan es el extraño sentido de irrealidad que desprenden. Pero al mismo tiempo no causan rechazo ni negatividad, probablemente porque el cerebro las reconoce perfectamente.
Quien haya visto a las liebres correr o a los podencos o los galgos perseguirlas reconoce inconscientemente estos movimientos porque son reales, más de lo que sabíamos a un nivel consciente. Nuestra retina lo sabía antes que nuestra razón. Todo esto es facilísimo de demostrar con las actuales cámaras fotográficas que a altas velocidades pueden congelar la imagen en una fracción de segundo.
¿Qué descubrimos? Que la imagen congelada corresponde casi exactamente con la artística. El artista ha llegado a este conocimiento anatómico y físico con sus estudios, con sus pruebas, con su ironía («yo soy la liebre y el cazador a la vez») y coincide estrictamente con la realidad oculta.
Por supuesto, de ahí se derivan todas sus paradojas y sus ironías, por ejemplo los títulos de las obras de bronce, que ya no será una liebre saltando con su velocidad congelada, sino el bailarín Nijinsky. Anatómicamente impecable: un bailarín ruso usará las cuatro extremidades como puede hacer una liebre, eso es, para optimizar sus resultados en un espacio.
Entonces ¿por qué nos atraen tanto los caballos y las liebres del artista galés? En primer lugar porque su diseño está armonizado con los modelos que conocemos desde las cavernas. Quizás los caballos de Flanagan nos sorprenderían si los comparásemos con algunos caballos pintados en las paredes de las grutas o en otras pinturas más recientes.
También por su paradoja: nada más opuesto a la gracilidad del bailarín o de la liebre librando una batalla contra la ley de la gravedad que un mazacote de dos mil kilos en bronce.