sábado, mayo 30, 2015

Marí Ribas, Portmany, 45 años después

El autor de estas líneas memorialísticas, sentado en el bar La Maravilla, con Portmany, o sea, Antonio Marí Ribas. Muchas mañanas compartían tertulia. La foto la tomó Josep Buil Mayral y debía ser el año 1972 o 1973

Hace cuarenta años que murió, un poco más: 22 de mayo de 1974. Siempre que pasaba por el Rastrillo, donde tenía su trono pétreo, marcado por la tinta derramada a lo largo de los años, me detenía y contemplaba la velocidad de su trazo con una caña afilada sobre el cuaderno de papel de calidad media.
Con el tiempo ya me veía bajar de lejos -yo vivía en Dalt Vila- e intuía su alegría, que mitigaba sus dolores y sus obsesiones. Sin parar de pintarrajear en trazos precisos, con significado y con un orden , hablaba conmigo y lo hacía de tal forma que parecía enlazar con la conversación del día anterior. A veces pensaba que estaba obsesionado y resentido, pero otras me agradaba la coherencia de su discurso ante la vida. No se andaba con prolegómenos y no disimulaba su antipatías por los oropeles, protocolos, discurso oficial y zarandajas. Todo ello tenía una razón de ser y queda explicado para alguien que conozca algo de su vida y la de su madre.

No pocas veces me recomendaba mirar lejos y no enredarme en la madeja de Ibiza, un fenómeno social curioso del que es mejor estar exento. Tira sa pedra lluny, me decía en un ibicenco prístino y ocurrente.
Me veía muy joven, pálido, quizás resacoso, melenudo, sin dinero, inconforme y disconforme. Me leía. No se perdía en elogios, pero dejaba entender que armonizaba con mi espíritu rebelde y él, ya árbol notable y añejo, preveía en mi futuro muchos nubarrones si no lanzaba la piedra lejos.

Cuando le pregunté por la poca duración del Grupo Puget (Antonio Marí Ribas, Antonio Pomar, Vicente Calbet y Vicente Ferrer Guasch), una especie de réplica autóctona del Grupo Ibiza-59, inicialmente farfullaba una serie de generalidades, pero al cabo de unos minutos ya me confesaba una disparidad de pareceres irreconciliables. Ferrer Guasch se movía como pez en el agua en la oficialidad, discursilería y boato del franquismo y supo extraer de él buenos resultados. Pero a nuestro 'Portmany' se le atragantaba precisamente esto. También a Calbet.

Antonio Marí Ribas tenía una vida muy sobria, parca, sus animales domésticos, su colección de indumentaria payesa, sus poquísimos amigos, su ABC en el que leía los textos del marqués de Lozoya (así firmaba: Marqués de Lozoya), un historiador del arte, académico a la sazón muy prestigioso, popular, respetado. Marí Ribas sentía por él veneración y gratitud. Jamás le oí un solo reproche, justo lo contrario, se sentía en deuda con él.

Para ser justos, el marqués detectó con agudeza el talento sólido y arraigado de Marí Ribas. Y lo escribió. Esto para el genius loci de Ibiza, incomprendido y relegado, fue como agua de mayo y en parte le endulzó los dolores de los últimos días. Todavía le añoro.

Diario de Ibiza
27 mayo, 2015