miércoles, abril 03, 2013

Golpe a golpe hacia la derrota final



Hace al menos 30 años que Ibiza y Formentera debieran de haber concertado un tipo de crecimiento de casi cero. En 1982 las Pitiusas todavía conservaban una gran parte de sus encantos y ya disponían básicamente de las discotecas y de las plazas hoteleras que siguen manteniendo los dos millones de visitantes. ¿Y entonces en qué ha crecido tanto este urbanismo diabólico, disperso e insostenible? En viviendas unifamiliares y en urbanizaciones. Un tipo de viviendas que se convierten en apetitosas cerezas de especulación si se equipan y amplían un poco –nada imposible en una isla donde políticos y especuladores suelen confundirse.
Este tipo de urbanismo ha convertido la isla entera en una ciudad dispersa, como he explicado muchas veces, en una garden-city, donde las piernas son indefectiblemente sustituidas por los vehículos. Todos sabemos que la dispersión rural a lo largo de la historia era sostenible y era un eficaz medio de defensa contra los ataques letales de los piratas turcos y berberiscos. La dispersión rural de hoy es muy atractiva para las especuladoras inmobiliarias, las unidades o grupos de viviendas de lujo sufren enormes subidas y siempre parece existir una demanda que mantiene la agenda de ventas renovada y a pleno funcionamiento.
Pero mantener esta red de viviendas esparcidas a la buena de Dios por los campos de Ibiza sale carísimo. Todo lo contrario de las casas payesas, que eran autosuficientes. El agua solía emerger de un pozo, noria o se acumulaba en una cisterna. La luz eléctrica no existía y el aceite que producían los olivos se usaban para todo, incluso para la iluminación. Se vivía en un horario solar. Un caballo o una yegua hacía las veces de tractor o de animal de transporte. Lo que entraba y se producía solía bastar para la buena marcha de la familia. No pocas veces se podían vender excedentes. La finca salvaba y mantenía a la familia.
Todo lo contrario al día de hoy, donde tenemos que afrontar una orgía de gasto energético. Todos quieren y obtienen energía eléctrica, agua y dos vehículos, como mínimo. Y la finca gasta, despilfarra, pero no produce nada. Ni siquiera se podan los frutales que se heredaron, nadie cría sus propios animales que eliminen los restos orgánicos que a su vez se reutilizarían como abono para la huerta o el campo.
Muy lejos de esto, la isla entera, en una actuación suicida, sigue quemando bosque, cubriendo de cemento las tierras y expoliando el agua. Toda Ibiza y toda Formentera son como un juego pirotécnico carísimo, iluminado y muy ruidoso. Se ha convertido en discoteca cualquier rincón del paraíso. Beach-clubs, pubs discos y las mismas discotecas han ahuyentado el turismo normal.
Pero en los despachos, muchos especuladores de cuello blanco, los mismos que idearon grandes edificios, hoteles o centros comerciales, tiemblan. Las Pitiusas no habían visto nunca tal grado de desinversión, quiebras ni fracasos. El daño urbanístico y social ya está hecho y hay que gestionarlo. No es el fin, pero es un golpe más.